En Perú, se estima que cada año más de 350 mil mujeres abortan clandestinamente.* Muchas de ellas acuden a consultorios insalubres que ponen en riesgo sus vidas. Mientras que algunas otras logran contar con acompañamiento para realizar el procedimiento de manera segura.
Estos son los testimonios de dos mujeres que brindan voluntariamente gran parte de su tiempo a construir redes de información y soporte para que ninguna mujer sienta miedo o culpa ni corra peligro por ejercer su derecho a decidir.
Por Graciela Tiburcio Loayza
Natalia tiene 31 años, es abogada y desde hace cuatro años ha sido el pilar de contención de más de 350 mujeres que decidieron abortar en la clandestinidad. Ella ha sido fuente de información, consejera e incluso amiga de aquellas jóvenes y adultas que pasaron por el complicado escenario de interrumpir sus embarazos en un país que no se cansa de proponer nuevas leyes y normativas para dificultar el ejercicio del derecho a decidir.
Ser una acompañante de procesos de aborto le ha costado varios insultos y ataques. “Mucha gente me dice: tú eres una mata bebés, una odia niños, odia familias”, nada más alejado de la realidad. Natalia está casada y es madre orgullosa de un niño de 7 años. De hecho, el ser madre le permitió tener mayor consciencia de que maternar debe ser una decisión y no una imposición.
“Yo veo a mis amigas cómo crían a hijos que son amados, que son educados para hacer un mundo mejor. Los niños deben ser amados antes de ser concebidos, no impuestos a una chica de 16 años que fue violada o a una joven que está empezando sus estudios. La gente juzga y no sabe que la que aborta puede ser tu vecina, amiga o prima. Todas las personas conocen a alguna mujer que ha abortado y si no conoces ninguna es porque no te lo han dicho”, afirma con la seguridad forjada por su experiencia de vida.
Cuando tenía 21 años, ella fue aquella joven que debía tomar la decisión de continuar o interrumpir su embarazo. Tenía dos primas que se vieron forzadas a abandonar sus estudios al convertirse en madres y Natalia no quería ver sus proyectos truncados. A través de un amigo, consiguió el contacto de un médico en Surco que cobraba hasta 1500 soles para realizar el procedimiento. Costoso para una estudiante, pero era la opción más segura que había encontrado en la clandestinidad.
Tomar la decisión de interrumpir su embarazo hubiera sido difícil sin el apoyo de su madre, quien había pasado por la misma experiencia cuando era joven. “Tuve suerte porque mi mamá me apoyó y me contó su propia historia. Ella abortó en la clandestinidad y le daba mucha pena que después de tantos años, yo tuviese que hacerlo de esa forma también. Me dijo que el país avanzaba en muchas cosas, pero para las mujeres no”, recuerda.
El recuerdo de sentirse apoyada la motivó, años después, a ser la compañía que muchas otras mujeres no tienen. “Como acompañante algunas chicas me han dicho: me llevaron a un baño en un mercado y me pusieron una ampolla o me llevaron a un consultorio, pero me iban a sacar sangre y no sabían si la jeringa estaba limpia. Las redes de soporte están para que las mujeres tengan información verídica y una opción segura al momento de abortar, para que no caigan en consultorios clandestinos sin medidas de seguridad”, resalta Natalia.
Ella sabe que detrás de cada letrero de ‘atraso menstrual’ pegado en los paraderos, postes y veredas, hay personas que se aprovechan de la desesperación de las mujeres y les ofrecen una “solución inmediata” que puede poner en riesgo sus vidas al practicar los procedimientos con métodos invasivos y sin medidas de salubridad.
Abortar en clandestinidad
A uno de esos consultorios pudo haber llegado Ximena cuando tenía 19 años y vivía en Iquitos. Ella ya tenía un hijo pequeño y tenía miedo de que un nuevo embarazo dificulte aún más su situación. A Ximena nunca le hablaron sobre cómo prevenir un embarazo, el tabú que ronda los temas sobre educación sexual integral ha convertido a Loreto en la segunda región con más casos de embarazo adolescente que se han registrado este año, según los datos del Ministerio de Salud.
Hasta septiembre, 2 mil 967 adolescentes entre 15 y 19 años han tenido partos. A pesar de las cifras exorbitantes, la prevención continúa siendo el tema del que no está permitido hablar. “Está muy arraigado que si usas anticonceptivos eres infiel. Muchas mujeres no se cuidan porque sus parejas no se lo permiten. Una amiga que ya tenía tres hijos no podía tomar anticonceptivos porque su suegra le prohibía y decía que si Dios manda a los hijos hay que tenerlos”, recuerda Ximena.
Con la preocupación e incertidumbre a flor de piel, Ximena pidió ayuda a una amiga quien le recomendó acudir a un conocido ginecólogo en Iquitos que realizaba el procedimiento. A sus 19 años, tuvo que ingeniárselas para conseguir el dinero suficiente para pagar la intervención. Era eso o lanzarse a la suerte de encontrar algún otro consultorio sin saber si le atenderían con una mínima seguridad.
«Sentía mucho culpa por todo lo que se decía sobre el aborto. La gente te juzga, te dicen asesina, mala. Yo intentaba pensar en las responsabilidades que tenía, en mis proyectos, sabía que no podía tenerlo. Tuve miedo porque estuve sola, ninguna mujer debería pasar por eso sola», relata conmovida cómo fue que decidió convertirse en una acompañante de mujeres que decidían abortar.
Ahora, de 39 años, es consciente de que ese rechazo hacia la vida y decisiones de las mujeres es el motor que sostiene ambas caras de la misma moneda: la prohibición del acceso al aborto seguro y la proliferación de consultorios insalubres. “El problema es la sociedad que juzga a las mujeres, ellos son el problema. Legal o no las mujeres lo hacen”, asevera Ximena y la realidad la respalda.
De acuerdo a una investigación hecha por la organización Justicia Verde, entre 2016 y 2021, el Ministerio de Salud y los establecimientos de EsSalud atendieron más de 262 mil abortos de niñas y mujeres cuyas edades van desde los 7 o 10 años, hasta mayores de 60 años. Los abortos siempre se han realizado, la cuestión es en qué condiciones se le permite a las mujeres realizarse estos procedimientos.
“Los abortos que se hacen en los lugares de atraso menstrual son legrados que implican un proceso invasivo en el cuerpo de las mujeres y cuando no se hace con personal capacitado ni con instrumentos adecuados implica un riesgo incluso de muerte”, advierte Natalia. En 2019, el Ministerio de Salud alertó que los abortos inseguros fueron la tercera causa de mortalidad materna y la primera causa de morbilidad de hospitalización de las mujeres.
Quienes sobreviven a alguno de estos consultorios inseguros, no tienen la posibilidad de denunciar mala praxis en caso el procedimiento realizado les derive alguna complicación, pues corren el riesgo de ser perseguidas legalmente. De acuerdo al estudio de Justicia Verde, entre 2016 y 2021, la Fiscalía investigó a más de 5 mil mujeres por haberse practicado un aborto.
Las mujeres perseguidas por su derecho a decidir provienen de todo el Perú, desde Tacna o Arequipa, donde se registraron 59 y 54 casos respectivamente, hasta Loreto (77) y Tumbes (35). En Lima, se registraron 578 denuncias fiscales. La penalización del derecho a decidir, orilla a las mujeres a recurrir a la suerte de encontrar alguna red de soporte segura o caer en la camilla de algún laboratorio NN.
Las que logran encontrar acompañamiento de mujeres como Natalia y Ximena tienen la ventaja de realizarse un aborto sin mayores complicaciones y, sobre todo, de la mano de otras mujeres que les brindarán la seguridad y calma que necesitan.
Por el derecho a decidir
Natalia y Ximena son solo dos eslabones de una amplia red de mujeres que dedican voluntariamente sus horas para acompañar a aquellas que acuden por consejo y apoyo cuando tienen un embarazo no deseado. A diferencia de los laboratorios inseguros, estos grupos de soporte brindan información sobre cómo abortar con pastillas, un procedimiento seguro que se puede realizar entre las 6 y 12 semanas de gestación y que cuenta con el aval de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Contrario a los mitos que hay sobre el aborto con medicamentos, la implementación de este tipo de procedimiento en todo el mundo ha demostrado ser el método más seguro y efectivo cuando se practica dentro del rango de tiempo establecido. El estudio ‘Risks of mifepristone abortion in context. Contraception’ realizado en 2016, evidenció que el riesgo de muerte por abortar con pastillas es menor a 1%.
“Lo más práctico, seguro y accesible en temas económicos es abortar en casa con pastillas y con gente de confianza que cuente con información a la mano. Es como pasar una menstruación abundante con algunos cólicos fuertes. Cuando las chicas tienen un proceso acompañado ya no tienen miedo”, explica Natalia. “Cuando se realizan el proceso se sienten tranquilas y si tienen un buen acompañamiento, a alguien que les apoye, saben que pueden seguir adelante”, agrega Ximena.
Ellas han acompañado a cientos de mujeres, jóvenes y adultas, que recobraron el aliento al saber que podrían continuar con sus proyectos de vida y que han demostrado la falsedad de aquel mito llamado ‘depresión post-aborto’, pues han visto cómo el sentimiento de culpa o miedo es causado por el estigma presente en la sociedad y cómo este se desvanece cuando las mujeres tienen la confianza de que no las juzgarán.
Investigaciones como la realizada por la Universidad de California de Estados Unidos en 2020, demostraron que el 95% de mujeres que se practicaron un aborto no se arrepintieron de su decisión. Pero Natalia y Ximena no necesitan de estos estudios para confirmar el alivio que sienten las mujeres al terminar los procedimientos, ellas son testigos de todas esas historias.
“Somos mujeres, somos compañeras, hermanas, somos las que han sobrevivido a este sistema que cada vez nos quiere echar la culpa de todo, pero no nos vamos a dejar, aquí estamos”, reafirma segura Ximena porque sabe que las mujeres que abortan y, sobre todo, las mujeres que acompañan “estamos en todas partes”.
Líneas de información para ejercer el derecho a decidir de forma segura:
*Informe ‘El aborto Clandestino en el Perú: Hechos y Cifras’ de Delicia Ferrando (2002)
**Los nombres de las mujeres de este reportaje fueron reemplazados por seudónimos para proteger su identidad