La justicia se ha puesto de cara contra sí misma. Pero no sorprende. Es la cosecha de lo que hemos sembrado en la inacción y el sometimiento desde hace décadas. Este colapso del sistema de justicia y de otros poderes del Estado es el resultado, por ejemplo, de la historia de corrupción fujimorista.

Esta crisis que vivimos hoy tiene varios episodios en nuestra historia. Mencionaré la que me parece la más escandalosa porque a falta de memoria tiene que ver con el retorno de una forma de gobernar o de tomar por la fuerza el poder. La sembraron desde 1992 en que se produjo el autogolpe de Fujimori. Se flexibilizaron leyes laborales, se criminalizó y persiguió a políticos que consideraban sus detractores y se fue creando un aparato institucional complaciente a sus intereses. Hacia el año 2000 ya teníamos un Ministerio Público, un Poder Judicial, una ONPE y un JNE capturados por Fujimori, Montesinos y todas sus crías. Y se repartían puestos y millones.

En ese entonces, casi como ahora, con la revelación de los ‘CNM audios’, comenzaron a caer algunos personajes clave. Algunos procesados y enviados a la cárcel como la exfiscal Blanca Nélida Colán, el exvocal supremo Rodríguez Medrano, el exjefe de ONPE José Portillo Campbell, aquel del ‘Papelito manda’ y hasta cúpulas militares amiguísimas.

Cayeron varios, en ese entonces, pero quedaron varios también de sus amigos y aliados en esas instituciones que han venido haciendo de las suyas. Y esa herencia de tráfico de influencias se ha ido acrecentando porque esa corrupción del Fujimorato quedó como una forma de vivir y entender el manejo de las instituciones. Luego ya conoceríamos el aprofujimorismo y el aprofujimorismo Comunicore.

Por eso se entiende la rebeldía de los consejeros del CNM para renunciar. Ese aferrarse el poder es una evidencia de que la justicia se entiende como un servicio particular y no un servicio al país. La justicia se ha visto expuesta a un nivel en el que vemos que la justicia no sabe cómo hacer justicia. No saben cómo se debe actuar con transparencia, se han trastocado sus principios y se han convertido en cofradías que, además, no permiten el cambio. Tenemos instituciones autoritarias, que romper el orden democrático. Democracia es una palabra manoseada.

Así como el sistema de justicia se encuentra colapsado, otras instituciones tampoco son de fiar. Y el Congreso tiene mucho que ver en ello. Cuánto de amiguismo hay en las elecciones de puestos claves.

¿Quién designa al Contralor? El Congreso.

¿Quién designa al Tribunal Constitucional? El Congreso.

¿Quién designa al Defensor del Pueblo? El Congreso.

¿Quién designa al directorio del Banco Central de Reserva? El Congreso.

¿Quién designa al Superintendente de Banca y Seguros? El Congreso.

¿Quién debe remover a los CNM? El Congreso.

¿Quién quita la inmunidad a los congresistas con problemas judiciales? El Congreso.

Sí, este Congreso venido a menos, autoritario, manejado por una mayoría fujimorista. Por eso es tan importante que se piense con cautela el voto que se otorga a quienes serán congresistas.

Vivimos además con la Constitución que dejó Fujimori, una Constitución que es una seguidilla de obstáculos para los ciudadanos.

A ello, sumemos toda la corrupción que se va montando para las elecciones regionales y municipales. Candidatos que quieren asegurar a su dinastía, sean hijos, hermanos. O a los que cambiar votos por comida o entretenimiento.

Estamos podridos. Si no lo reconocemos, estamos igual que el CNM y las demás instituciones. La indignación no basta, es como conformarse con las renuncias de los consejeros y el ministro de Justicia y el presidente del Poder Judicial. Es conformarse con lo superficial y no curar la sarna. Si dejamos que pase y mañana a otra cosa, estamos en el mismo charco de inmundicia. Lo que no pudimos cambiar antes, se debe hacer ahora porque es siempre el ciudadano/a el que será castigado con la impunidad. ¿Refundar las instituciones o dejarlas ahogarse en la corrupción? Ahora o nunca.