“Las guerras no empiezan con explosiones, empiezan con el silencio”, dice el narrador de uno de los documentales premiados en la noche glamorosa de los premios Óscars, el pasado domingo 10 de marzo. Se trata del film 20 días en Mariúpol, dirigido por el corresponsal de guerra y cineasta ucraniano Mstyslav Chernov, y que, como toda película que busca el triunfo de su país en un conflicto de este tipo, contiene una excesiva evidencia de la ultraviolencia rusa, a partir de planos de niños huérfanos, de pequeños heridos y llorando, de bebés agonizantes, gatos muertos y de cuerpos sin vida en lugares bombardeados. Una obra que muestra por obvias razones una sensibilidad selectiva sobre la violencia y masacres. Pero también su premiación habla de la selectividad oficializada de los miembros de la Academia, en una gala inevitablemente politizada desde su propio conservadurismo e intereses, donde unos films evidentemente valen más que otros, gracias a los votos de la mayoría. Y donde es mejor sentir algo de culpa a través de una guerra grabada que hacer frente a una que estalla a cada segundo en la realidad.

La ganadora del Oscar Oppenheimer confirma al narrador del documental ucraniano. Es probable que la secuencia de la explosión de la bomba atómica de la película de Nolan, donde se suspende el sonido, para dar paso a un efectismo netamente visual, se convierta en el deseo o pulsión generalizada de una platea dispuesta a hacerse de oídos sordos ante un genocidio televisado o disponible en miles de redes sociales. Sí, las guerras no comienzan con explosiones de una bomba atómica, sino con todo el silencio alrededor de ella. Y la ceremonia del pasado domingo, puso en práctica con creces esa premisa: dejando el horror de Gaza fuera de campo.

Jonathan Glazer, director de ‘La zona de interés’, condenó la ocupación israelí en Palestina

Por otro lado, Jonathan Glazer, el director de La zona de interés, premiada a mejor película en idioma extranjero, pudo decir sin reparos y sin miedo a que le caiga una manzana podrida, que esta “película muestra cómo la deshumanización conduce hacia lo peor. En este momento estamos aquí como hombres que refutan que su judaísmo y el Holocausto sean secuestrados por una ocupación que ha llevado al conflicto a tantas personas, ya sean las víctimas del 7 de octubre en Israel, o el ataque en curso contra Gaza”. Un acto urgente en un espacio de mutismo, donde todos los invitados parecían convivir en un universo libre de ocupaciones, masacres, ignorando la complicidad del mismo EE.UU., país que vende la idea de compasión por tirar desde el cielo unos cuántos paquetes de ayuda humanitaria. Mientras, hace algunas semanas atrás, dos cineastas, uno israelí y otro palestino, ganadores del premio principal en uno de los festivales más importantes del mundo, fueron acusados en redes y medios alemanes de antisemitas, e incluso amenazados de muerte. Pero no es lo mismo ganar un Oso de Oro, que un Óscar y nadie en la prensa hasta el momento, ni mucho menos políticos estadounidenses, ha tildado a Glazer de antisemita, un privilegio de clase inherente a ser parte de la industria audiovisual más poderosa del mundo. A lo mucho algunos fanáticos tildaron a Glazer de “apropiación identitaria para atacar a Israel”, e incluso una ministra lo llamó “siguiente idiota útil que clavó un cuchillo en la espalda de su pueblo”.

También, en esta ceremonia le dieron el premio al mejor cortometraje animado a War Is Over! Inspired by the Music of John and Yoko (2002), dirigido por el animador estadounidense Dave Mullins, que narra el encuentro de dos soldados de bandos opuestos en una partida de ajedrez. Así, la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas expuso su cínico ángulo pacifista en una noche que tuvo incidentes debido a la protesta de activistas que pedían el inmediato cese al fuego en Gaza.

War Is Over! Inspired by the Music of John and Yoko (2002)

Esta ceremonia de los premios Oscars tuvo más guerra que aquella que los organizadores, presentadores, invitados y muchos de los ganadores quisieron ver. Se premió al biopic del creador de la bomba atómica que acabó con Hiroshima y Nagasaki; se premió al periodista ucraniano que se aúna al pedido del ultranacionalista Zelenski, quien además celebró la estatuilla; se premió al film sobre la enajenación nazi y sus calculados procedimientos que desbaratan cualquier lectura facilista sobre la banalidad del mal, y se premió a un corto que se basa en una canción de amor y paz ante la guerra de Lennon y Yoko. Una ceremonia donde el dolor, el horror y el genocidio fueron reducidos a un pin en un frac o traje de gala, en un evento donde aún se puede hacer chistes sobre el candidato Trump para dejarlo como un tontito malintencionado de Twitter en tiempos electorales, y de calculadas jugadas políticas que benefician al sistema del cine en medio del horror más grande de lo que va del siglo XXI.