Los que difunden información falsa sobre la pandemia, también deberían recibir su multa. Alegarán que tienen derecho a «otras interpretaciones contrahegemónicas», que el discurso médico occidental no es él único verdadero. Te mandarán a leer a Foucault y a Agamben, sin preguntar si ya los leíste tú. Dirán que los ancestros sobrevivieron al virus, cualquier nombre comiendo semillas de aguaymanto del valle de Lurín, tras secarse 15 horas al derecho y al revés en el sol de otoño.

Dirán muchas cosas, insultarán o se reirán burlones. Nada de eso importa. La desinformación alimenta las conductas de riesgo de la gente, una cadena de actos que pueden conducir a la muerte. Esta mañana he conversado con un grupo de mujeres de Pamplona Alta, conectadas por sus celulares y varios otros dispositivos con los que cuentan sus hijos o familiares, a pesar de la pobreza. Estar informados y conectados es una marca de nuestros tiempos, otra vez, a pesar de la pobreza. La mayoría creía en las gárgaras de sal, alguna habló del virus creado en laboratorios secretos.

La importancia de juntarse y hacer comunidad, aunque sea virtual, permite fortalecer lazos, y tolerar mejor la incertidumbre de la cuarentena. Son mujeres pobres muy conscientes de su vulnerabilidad social, económica y emocional. Salen a la calle tras hacer sus gárgaras, felizmente tienen mascarillas. Pero ¿y si no las tuvieran? Lo más probable es que se arriesguen igual, confiando en el enjuague bucal de la mañana. La discusión, evidentemente, va más allá de las gárgaras, que al fin y al cabo son inofensivas. Debe centrarse en cómo las fake news o noticias falsas tienen la apariencia de una información veraz y, sobre todo, la capacidad de reemplazarla. 

En el trabajo de hoy, la primera de unas cuantas, las mujeres hablan de sus ansiedades y preocupaciones y ponen sobre la mesa la necesidad de cuidarse ahora para abrazar el futuro. No quieren contagiarse, perder la vida o la de un ser querido. ¿Pero qué hacemos con las fake news? Combatir una idea falsa es extremamente difícil, se enquista en el alma no como información cognitiva sino emocional. 

Cuando nos sentimos frágiles, sin respuestas, esa información falsa que ha ingresado por la vía de los afectos reemplaza cualquier otro criterio. En el mar agitado de la incertidumbre, una tablita de salvación: «Ah, dice entonces la víctima, estoy sin plata, sin mascarilla, pero no todo está perdido. Felizmente tengo mis gargaritas de sal, y aunque digan que no sirve, yo confío en mi comadre que siempre me ha dado buenos tips. Yo sí lo hago por si acaso».