La inminencia de una posible nueva ley de cine parece haber exacerbado el ánimo de algunos colegas que creen que cualquier mínima observación o crítica al proyecto que se está viendo en el Congreso es casi una traición. Nada más ajeno a la verdad, en lo personal y creo que también por varios otros que hemos venido formulando observaciones y cuestionamientos fundamentados desde hace casi dos años a la propuesta impulsada del Ministerio de Cultura y los gremios. Lo terrible es que se quiera imponer en un sector cultural una suerte de unanimismo y castigo a cualquier posible crítica o disidencia, lo que no es un buen síntoma de tolerancia y libertad que deben ser la base de cualquier expresión artística.
Es cierto que los que se oponen a la existencia de la ley, que no es nuestro caso, son grupos irreductibles y oscurantistas como los neoliberales más recalcitrantes y el fujimorismo enemigo de la cultura, pero ni aun así se justifica callar lo que uno considera justo y aceptar casi cualquier cosa en aras del pragmatismo inmediatista de conseguir más dinero para la producción. Justamente en estos días, con todas las revelaciones del caso Odebrecht, se descubre una vez más que los fines no justifican cualquier medio, pero parece que algunos no han aprendido nada de todo esto.
Esta especie de consenso acrítico ha llevado a que muchos de los promotores de la nueva ley no se detengan siquiera a leer el texto sustitutorio final aprobado por el Congreso en primera votación del miércoles 8 de mayo. Como se recordará, antes de esa sesión, la congresista Beteta solicitó un cuarto de intermedio para revisar el Dictamen aprobado en la Comisión de Cultura y Patrimonio Cultural, con fecha 30 de octubre del 2018. El resultado es un texto con algunos añadidos y modificaciones significativas, que para muchos han pasado desapercibidas pero, ya sabemos, el diablo está en los detalles.
Una primera es la modificación del artículo 3 del Capítulo I sobre Incentivo para la actividad cinematográfica y audiovisual regional, que en el Dictamen inicial decía “el Plan asigna no menos del cuarenta por ciento (40%) del total de los recursos programados cada año, para incentivar la actividad cinematográfica y audiovisual en los departamentos o regiones del país.”; lo que ha sido cambiado por “Los estímulos económico se otorgan a nivel nacional a personas naturales y jurídicas de derecho privado de todo el país. Adicionalmente, se reserva como mínimo entre un treinta por ciento (30%) y cuarenta por ciento (40%) del total de los recursos establecidos en el artículo 4 de la presente Ley, exclusivamente para las postulaciones y proyectos provenientes de los distintos departamentos del país, de acuerdo a las postulaciones recibidas por año.” Aquí no solo se transforma el sentido de la norma, que era enfática en un porcentaje para establecer después un rango variable, y encima sujeto a las postulaciones presentadas en cada año. Se puede discutir mucho sobre la cantidad a asignar al cine regional, pero si ya existía un acuerdo con los gremios de las regiones en las etapas previas, es poco serio que entre bambalinas se cambie la redacción, y sin mayor explicación.
Otro punto que llama la atención en este nuevo texto es el poder que se le asigna sobre la Ley de cine, ya no solo al Ministerio de Cultura, sino específica y textualmente a la Dirección General de Industrias Culturales y Artes, como se puede concluir de la lectura de los artículos 4 y 5, sobre los estímulos económicos y concursables, y el artículo 7 referente a los apoyos económicos proveniente de donaciones, donde se repite que el titular del Ministerio de Cultura puede delegar la aprobación de los estímulos, aceptación de donaciones o aprobación de apoyos económicos “en la Dirección General de Industrias Culturales y Artes o la que haga de sus veces”. ¿Por qué está mención de una dirección de línea en el marco de una Ley que debe referirse solo a lo general? ¿No correspondía más bien a un tema eventualmente de reglamento? ¿Qué se busca empoderar con esta reiterada designación? Se entiende que esta dirección, y eventualmente su subordinada la DAFO son los responsables operativos de este tema, como lo han venido siendo y por la propia estructura organizativa del Ministerio. Entonces, no queda claro para qué reiterarlo y precisarlo, salvo que se le quiera dar atribuciones casi a nivel ministerial en el asunto, lo que sería cuando menos preocupante. O como dice Francisco Adrianzén, «la consigna ‘Todo el poder a la burocracia del MINCULT’ va camino a perfeccionarse».
Lo más terrible sin embargo es lo consignado en el artículo IV de las Disposiciones Generales al inicio del texto legal. Este artículo está referido a las condiciones que según la Ley califica a una obra cinematográfica y audiovisual como peruana. Allí se ha agregado al final del artículo un párrafo que ya existía en las leyes anteriores, que señala que no puede beneficiarse de la misma las obras “destinadas a pautas publicitarias, propaganda electoral o en beneficio directo de una organización política”. Pero a renglón seguido se señala “Asimismo, las obras que vulneren o no respeten el ordenamiento jurídico peruano y los reglamentos de la presente ley”.
Evidentemente que estamos frente a un abierto intento de establecer una censura estatal, que ni la Ley de los tiempos de Velasco, ni la de la época de Fujimori, a pesar de ser concebidas en tiempos de dictadura, se atrevían a enunciar. Me trae a la memoria el proyecto de ley de cine de la congresista fujimorista María Melgarejo que quería impedir el apoyo a los proyectos que pudieran considerarse “apología al terrorismo”, los que igual ahora se englobarían en la eufemística expresión de “vulnerar o respetar el ordenamiento jurídico peruano”, así como otros temas que las autoridades de turno pudieran considerar incómodos y no reconocidos por la legislación como el aborto, el matrimonio homosexual, las protestas sociales, la justicia popular, las críticas medioambientales, las denuncias contra las empresas nacionales y/o extranjeras, y un largo etcétera.
Quiero entender que los cineastas no han tomado nota de este contrabando censor en el texto de la ley, y por eso no han dicho nada al respecto. Esperemos que reaccionen, así como los congresistas que tampoco lo hayan leído, y con un mínimo de conciencia, porque este es un punto que NO se puede transigir ni negociar, ya que una ley de cine con censura y condicionantes temáticos es inaceptable, contengan los millones que sean. Hay por suerte todavía una segunda votación en ciernes, y es imperativo que ese párrafo y cualquier intención censora sean desterradas de la redacción, porque podemos permitirnos un cine pobre y débil, con derechos reducidos para los trabajadores, sin Cinemateca, canales de exhibición dominadas por las Majors de Hollywood y con escasa formación audiovisual al alcance de todos, pero jamás silenciado y sometido.
Por eso amigos cineastas, es necesario y mejor estar alertas y vigilantes de la ley, nuestra ley y no de las autoridades, que ser cortesanos y monotemáticos defensores que aceptan (casi) todo, venga de donde venga.