La detección de tuberculosis sufrió complicaciones debido al colapso sanitario generado por la Covid-19. Se estima que poco más de la mitad de la población peruana ya tendría alojado en su cuerpo el bacilo responsable de este mal, pero eso no significa enfermar, ¿por qué? La vivencia de un joven de 25 años muestra cómo esta infección aprovecha un momento vulnerable para aparecer y cuáles son los efectos colaterales que tienen que enfrentar los afectados: estigmas sociales, problemas psicológicos, falta de recursos económicos y un tratamiento extenuante.
| Por Kevin Huamani Ochoa
Para entenderlas, si la Covid-19 y la Tuberculosis (TB) fuesen personificadas en dos criminales al acecho de la comunidad, la primera sería como un “raquetero” que trata de actuar rápidamente, concretar su vil cometido, dejar algunas secuelas del ataque y luego escaparse raudamente; y la segunda sería como un extorsionador que sin llamar mucho la atención lentamente va aplicando un plan muy bien maquinado para que luego de un tiempo, tú y tu familia estén bajo su control, asediados por sus chantajes. Ese sería el modus operandi de estas dos enfermedades y José, un joven a quien llamaremos así, conoce muy bien el actuar de la TB.
Una sensación casi paralizante lo envuelve cuando recuerda aquel episodio de su vida. Tal vez una de las batallas más complicadas que ha enfrentado, más aún, en un contexto sanitario sin precedentes para él: la pandemia de la Covid-19. Tiene 25 años e implora que no se revele su nombre, ni el barrio de Lima donde vive, porque siente temor al rechazo social. “Si quieres puedes poner mi profesión, pero nada más, por favor”, enfatiza José; comunicador de profesión. Una noche de julio del 2020, José se preparaba para ir a dormir. Luego de jugar unos minutos con su perro y darles las buenas noches a sus padres, en el baño sintió la sensación de querer toser. Se inclinó ligeramente al lavadero, tosió y quedó desconcertado al ver que en su lavado había unas manchas rojas. Cayó en desesperación.
Se le subió la temperatura, tenía escalofríos y un sudor helado; su cuerpo temblaba. En sus pensamientos solo veía la tragedia. “Le di un beso a mi madre, ¿le habré contagiado? ¿Y mi papá? ¿Mis hermanos?”, se preguntaba José. Aquella noche no pudo dormir. Llamó a las líneas 113 del Ministerio de Salud y al 107 del Seguro Social de Salud para reportarse como posible caso de Covid-19. La primera le dijo que se mantenga aislado, pues podría ser un caso positivo y la segunda dudó que sea Coronavirus porque expectorar sangre ocurre en casos muy avanzados.
Al amanecer, el colega sentía esporádicos hincones en el pecho. “Era como si una aguja de las gruesas, la punta roma, entrara por mi pecho lentamente y saliera bruscamente, así lo sentía”. Tosió en un pedazo de papel higiénico y otra vez vio sangre, pero en menor medida. “¿Qué me pasa?”, se cuestionaba. Llamó a sus amigos más cercanos para contarles de su estado y pedir ayuda, él consideraba que ir al hospital o un establecimiento de primer nivel era en vano por la alta demanda que había en ese entonces y la saturación sanitaria a causa de la pandemia. Por seguridad, José se aisló una semana en su habitación, lo hizo por prevención. Tras siete días de cuarentena voluntaria acudió a aplicarse una prueba de antígeno para el descarte de Covid. Resultado negativo. Le recomendaron hacerse una prueba de descarte de TB, la prueba de esputo, aunque escéptico, José acudió a la posta de salud de su barrio.
“Hemos encontrado pacientes que llegaron (al centro de salud) pensando que tenían Covid, pero era TB, o incluso tenían las dos cosas”, asegura Rosa María Ríos Vidal, directora ejecutiva de la Dirección de Prevención y Control de la Tuberculosis (DPC TB) del Ministerio de Salud. El dolor en el pecho, la tos y fiebre-esta última en el caso de la TB se manifiesta por las noches-son síntomas que ambas enfermedades comparten. Este fenómeno obstaculizó la identificación temprana del brote de TB en las personas. Ríos Vidal indica que la comunidad ha tenido miedo de acercarse a los puestos de salud debido a la probabilidad de contagiarse del Coronavirus. “Los meses que hubo aislamiento obligatorio fue donde hubo menos detención (de la Tuberculosis)”, agrega la directora del área de prevención y control de la TB.
En efecto, según las cifras oficiales del Ministerio de Salud (Minsa), el 2020 fue el año donde se registró la menor cantidad de casos de TB si se observa el periodo 2012 – 2021. El 2020, año de inicio de la pandemia y en el que se decretaron las medidas de aislamiento más estrictas, fueron 24 581 casos identificados. Sin embargo, desde el 2012 la cifra era mayor a los 30 mil casos. Solamente el 2019, año pre pandemia, el total de personas afectadas por TB era de 32 970. Para el 2021, a un año de convivir con el Covid, la cifra volvió a subir ligeramente a 26 437; pero aún lejos de los números pre pandemia. “Esto está subiendo ahora (las cifras) y además también por las campañas que se están realizando. (…) Podemos tener un aumento y es lo que esperamos”, estima Ríos Vidal. La tarea de subir la cantidad de casos reportados es ardua, más aún cuando luego de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) realizara un estudio por regiones y determinara que existía una brecha en el diagnóstico de la Tuberculosis. “Osea, lo primero es subir (la cantidad de casos) para después recién empezar a bajar. La OMS ha aumentado la brecha de diagnóstico anual en 54 mil casos aproximadamente y ahora, después de la pandemia, es de 74 mil casos; solo en Latinoamérica”, apunta Rosa María Ríos.
Sin embargo, según cifras preliminares del Centro Nacional de Epidemiología, Prevención y Control de Enfermedades, hasta junio del 2022, es decir a mitad del año pasado, la cifra de personas diagnosticadas con TB era de 11 464; como unos 1 900 casos al mes. Si la tendencia en los números continuase en ese ritmo, el país se quedaría muy lejos de alcanzar la meta establecida por la OMS. Para ello, por mes el personal de salud tendría que identificar alrededor de seis mil casos al mes para poder asomarse a los 74 mil al año trazados por la institución internacional. Si se toma como referencia las cifras del 2019, año con mayor cantidad de casos reportados en el periodo 2010-2021 y donde se diagnosticaron por mes cerca de tres mil casos de TB, el sector salud hoy tendría que duplicar las acciones realizadas aquel año para poder alcanzar los parámetros delimitados internacionalmente.
La prueba de esputo de José dio como resultado negativo, sin embargo, no le dijeron qué era lo que tenía. Vivía en una estabilidad aparente. Pero, en octubre del 2020, tres meses después del primer síntoma, todo cambió. Sintió ganas de toser, se fue al baño, escupió y notó que en la flema que expulsó había restos de sangre. “¿Otra vez?”, se preguntó. Salió hacia la posta cercana a su casa para reportar el hecho. Le sugirieron otra vez hacer la prueba de esputo. «Ya me hice esa prueba y me salió negativo, ¿Qué es lo que me pasa?», recuerda José que dijo al borde de la desesperación a la persona que le atendió.
El problema para detectar a tiempo la TB durante la pandemia no ha sido un fenómeno ocurrido solo en el Perú. El Informe Mundial sobre la Tuberculosis 2022 de la OMS concluye enfáticamente que el Covid-19 viene afectando el diagnóstico de la TB y socavando los avances alcanzados los años previos con respecto al combate de esta enfermedad. Los países donde ocurrió una mayor reducción en la detección de casos fueron Filipinas, Lesotho, Indonesia, Zimbabue, India, Myanmar y Bangladesh. Según la OMS, hubo una gran caída de diagnóstico de TB en el 2020 y una recuperación parcial en el 2021; sin duda el 2020 fue un año de gran retroceso. Las cifras arrojan que en el 2020 fueron 10.1 millones de personas afectadas por la Tuberculosis y para el 2021 ascendió a 10.6 millones.
La Tuberculosis, lamentablemente, es una enfermedad endémica en el Perú. De acuerdo al artículo del “Pan American Journal of Public Health”, Perú es uno de los países con mayor incidencia de TB por cada 100 mil personas, con 116 casos, por detrás de Haití que tiene 168 casos; mientras que en el continente el promedio de incidencia es de 29 casos por cada 100 mil personas. Es decir, sobrepasamos altamente esa media. Ahora, el informe de la TB de la OMS revela que en América del Sur son Perú, Brasil y Colombia los países con la más alta incidencia de la TB multidrogorresistente (TB-MDR), una cepa más peligrosa de esta enfermedad por ser resistente a rifampicina (medicamento de primera línea del tratamiento) e isoniacida. Más aún, Perú es el único territorio de América que figura en la lista de los 30 países con mayor carga de TB-MDR/RR (cepa resistente a rifampicina e isoniacida o solo rifampicina), según el ranking elaborado por la OMS para el periodo 2021-2025. En Tuberculosis somos una de las potencias regionales, lamentablemente.
Un jueves de octubre del 2020, por la mañana, José salió a barrer la vereda de la puerta de su casa, recogió las envolturas y bolsas que había en el suelo. En medio del color gris que gobierna el cielo de Lima más una tenue nubosidad, los ladrillos rojizos de las casas y el color oscuro y opaco del asfalto, una mujer que vestía un traje color turquesa encendido que contrastaba con el sombrío lugar, se aproximaba. Era la licenciada en enfermería Elizabeth Alarcón, quien le comunicó a José que su muestra de esputo dio positivo. En su habitación, José lloró. “Desde el mes de marzo del 2020 que estoy encerrado en casa por la pandemia y no tengo contacto con nadie más que con mi familia ¿Cómo me he contagiado?, no lo entiendo”, se preguntaba.
Elizabeth Alarcón es licenciada en enfermería, labora en la posta de salud Fernando Luyo Sierra de Villa El Salvador desde el año 2013 y está a la cabeza del programa de TB en su centro, pero sus labores son multifuncionales. Desde el primer nivel de atención, Elizabeth trata directamente con las personas afectadas. “Cuando un paciente se entera por primera vez (que tienen Tuberculosis), se le vienen un montón de preguntas: ¿Por qué yo? Yo como bien; en mi casa están todos sanos, ¿Quién me contagió? ¿Me curaré? Incluso piden que nadie se entere, ni los vecinos, por temor a que los miren mal”, cuenta Alarcón. Los ojos de la licenciada tienen que estar pendientes de cerca de 16 mil personas que pertenecen a la jurisdicción de la posta donde trabaja. Recuerda que antes de la pandemia atendía a 23 o 24 pacientes anuales con TB, pero con la diseminación masiva del Covid-19 la cantidad bajó a 10 o 12 debido al confinamiento social. “Lo que sí se ha notado es que después de las restricciones, los pacientes llegaban con los pulmones ya muy afectados debido a que no se detectaba la Tuberculosis a tiempo”, testifica la licenciada.
Elizabeth tiene grabado en la mente el caso de una familia afectada duramente por la Tuberculosis. “Empezó con un paciente con problemas de alcoholismo, quien se contagió de la TB multidrogorresistente (MDR). La familia no quería hacerse los exámenes al inicio porque decían que estaban bien. El hermano, estudiante universitario, se contagió y empezó el tratamiento. De allí siguió la sobrina quien se internó en el Hospital del Niño y le diagnosticaron MDR y a los días al hermano de seis años se le detectó también. Cuatro integrantes de la familia cayeron afectados. La MDR incluye inyectables diarios y es doloroso. El menor de seis años era muy valiente y aceptó el tratamiento, incluso cuando venía a recibir su inyección decía ‘hoy me toca esta pierna, mañana me toca la siguiente’. Esto era dos caras de cómo se ve el tratamiento en una misma familia”, cuenta la licenciada.
Elizabeth en su experiencia ha visto casos de afectados que al inicio del tratamiento-quizás por miedo-cumplían con su medicación, pero a medida que los síntomas mejoraban, simplemente la abandonaban porque asumían que ya estaban curados. Pero también rememora otros donde el apoyo externo, como el familiar, juegan un rol trascendental para la recuperación de un paciente de TB. “Me impactó el caso de un adulto mayor que lamentablemente falleció no por descuido de él, sino de la familia. El señor llegó muy mal, no podía caminar y era un paciente de MDR. Poco a poco fue mejorando con el tratamiento. En casa estaban a cargo de él su sobrina y su hermana. Sucedió que sus otras hermanas del señor se lo llevaron a la mitad del tratamiento. Nosotros notificamos al establecimiento más cercano de su nueva dirección, pero la familia no continuó. El señor falleció a pesar de que tenía la voluntad de seguir con el tratamiento”, cuenta la licenciada Alarcón.
José empezó su tratamiento en octubre del 2020 con la rifampicina, isoniacida, etambutol y pirazinamida; en total 11 pastillas diarias a excepción del domingo. A los dos días de iniciar cayó en una crisis de intenso dolor de estómago, náuseas y vómitos. De madrugada lo llevaron de emergencia al hospital para calmar los síntomas. José creyó que era alérgico a los medicamentos y que no lograría curarse. Él creía que su TB sensible evolucionaría a una resistente. Sentía temor de contagiar a su familia y así desencadenar una catástrofe al interior de su hogar. Él creía que no iba a culminar el tratamiento porque su estómago e hígado (órganos que se ven comprometidos a causa de los medicamentos) presentarían graves alteraciones en su funcionamiento y por lo tanto no sanaría. Su situación emocional también se iba complicando.
“La TB no solo son medicamentos, sino que necesita de un apoyo emocional. En una persona con TB hay depresión, ansiedad, por ser algo nuevo para la persona afectada y la familia, además de angustia y estrés. Todo esto se incluye en una persona diagnosticada con TB”. Así es descrito el estado de salud mental de un paciente de Tuberculosis por Carmen Contreras, directora del Programa de Salud Mental de “Socios en Salud”; organización que trabaja desde hace 25 años en Perú y en colaboración con el Minsa. Para Carmen, además de la innovación en la parte tecnológica y el fortalecimiento de laboratorios, considera de mucha importancia trabajar el nivel psicológico.
“Si le decimos a la persona sobre la TB sensible, MDR y XDR, en estos términos las personas dicen ‘¿de qué me están hablando?’ Ante el sentimiento de estrés, de ansiedad por estar enfermo, se aumenta el tema del desconocimiento, de no saber por qué el tratamiento es de seis meses, de nueve o de 18 meses. Aquí hay un choque en la información que el médico y la enfermera dan a una persona que lo único que sentía era falta de apetito, sudor nocturno, tos y pérdida de peso. Entonces una persona dice ‘mis síntomas son sencillos y tú me dices que voy a tomar un tratamiento todos los días, por 18 meses’. Entonces este choque a veces no se llega a entender en una hora de entrevista con el médico”, relata Carmen Contreras.
Contreras señala que los últimos acontecimientos sanitarios han impactado en la percepción de la salud mental. “La situación del Covid ha cambiado la percepción de muchas personas sobre el cuidado mental. Allí nos dimos cuenta de que la ansiedad, el estrés, la depresión, el duelo, ha llevado a muchas personas a decir ‘es cierto, no vale sólo la salud física, sino también la mental”, puntualiza Carmen Contreras de Socios en Salud.
En el caso de José, las medidas de confinamiento y encierro ordenadas en marzo del 2020 fueron un desencadenante que lo debilitaron. El bacilo de Koch causante de la TB es “astuto” y aprovecha un momento de vulnerabilidad del portador para poder acechar. “La ansiedad, la incertidumbre por la situación de la pandemia, el estrés de estar en casa casi todo el día y el miedo eran cosas que no salían de mi cabeza. Recuerdo que al momento de desayunar y almorzar no lo hacía bien. Comía un buen plato, pero no me sentía satisfecho, sentía como si comía aire porque al terminar seguía con hambre; era una sensación bien rara. Sin darme cuenta llegué a bajar cuatro kilos sin ningún motivo”, cuenta José.
La licenciada Elizabeth señala que está comprobado que la salud mental afecta al sistema inmunológico y que un gran número de personas se han visto afectadas a causa del confinamiento producto de la pandemia. “Mucha gente piensa que si se come bien no pasa nada. Una cosa es comer por mecanismo, donde no se disfruta de la comida; y otra es comer bien, sin estrés y descansar lo necesario. En la pandemia se ha demostrado que la parte psicológica es algo que se ha descuidado. No hay la capacidad de profesionales para atender a toda la población. Se necesitan programas para atender a toda la población”, agrega.
Además del impacto psicológico del confinamiento, la pandemia terminó por profundizar las crisis multidimensionales que ya se venían arrastrando. La emergencia por la falta de alimento se vio reflejada en el surgimiento masivo de ollas comunes en los barrios más pobres de la capital y las banderas blancas que flameaban en los techos de precarias viviendas para pedir ayuda; como si un conflicto bélico habría estado ocurriendo. La pérdida de trabajo y falta de dinero para pagar alquileres de habitaciones y viviendas obligó a muchas personas de provincia que vivían en Lima a emprender viajes a sus lugares de origen caminando. La carretera Panamericana Norte y Sur, y la Carretera Central lucían como si fueran rutas de paso de caravanas de refugiados.
Y los subsidios entregados por el Estado como Yanapay, Bono Pobreza, Bono Rural, Bono Familiar Universal, Bono 600, Bono Independiente, entre otros, eran anunciados para amortiguar el impacto, pero que no llegaban a las personas que más lo requerían porque la data poblacional no se tenía actualizada o resultaban insuficientes ante la dimensión del problema. Por ejemplo, el repetido “Yo me quedo en casa” no podía ser cumplido por trabajadores ambulantes por el simple hecho de que no podían dejar de trabajar. La pobreza, falta de alimento, carencia de trabajo, las precarias condiciones de vivienda y alteraciones psicológicas componen el campo fértil para que la Tuberculosis “germine”.
“En enero del año pasado, cuando ya estaba de alta de la TB, me contagié por primera vez de Covid. Estaba con fiebre, tos, me dio náuseas y vómitos. Fui de emergencia al hospital con mi mamá y la doctora que me atendió, luego de ver mi historial clínico en el sistema, le dijo a mi madre que yo era un tuberculoso, que por qué fumaba y tomaba. Eso me molestó mucho, ¿si ya estoy curado por qué para la gente sigo estando enfermo”, narra José. Le dije que su testimonio ayudaría mucho a sensibilizar a las personas acerca de la TB y que esta enfermedad es curable. Le insistí en revelar su nombre, se negó, pero luego accedió.
La TB, a diferencia del Covid, no detiene la economía, la sociedad y la vida tal como se conoce. El Covid-19 puso en jaque varios pilares que sostienen el estado de «normalidad» de la sociedad, no solo en Perú sino en el mundo. La TB es de largo plazo y lenta, quizás esa sea la “astucia” que hasta la actualidad le permite ser una de las principales causas de muerte en el mundo; y más letal aún cuando hay coinfección de VIH/SIDA. Como confirma Rosa María Ríos Vidal de la DPC TB, al superarla, la Tuberculosis deja una cicatriz en el pulmón, pero también deja una cicatriz social que aún resulta muy difícil de quitar. Y esta marca para José, mejor dicho para Kevin Huamani Ochoa, quien pidió que se desvele su nombre, le costó dos años hacerlo público.