Por Mónica Delgado
Tras salir de la proyección de Un mundo para Julius, segundo largometraje de la cineasta peruana Rossana Díaz Costa, no pude evitar recordar los desparpajos del director australiano Baz Luhrmann. Pero no porque el film peruano tuviera el espíritu irreverente, pop, kitsch y provocativo de las versiones al cine de El gran Gatsby, de Francis Scott Fiztgerald, o Romeo+Julieta, de William Shakespeare, ambos largos protagonizados por Leonardo di Caprio, sino porque como Luhrmann, Díaz Costa derrumbó cualquier indicio del espíritu de la obra original y la transformó en algo distinto.
Recuerdo haber leído en mi adolescencia, entre clases y tareas universitarias, la novela de Alfredo Bryce Echenique, obra que me provocó bastantes sonrisas y carcajadas, debido al modo irónico, mordaz, cáustico con el que el autor hace escarnio de una élite aristocrática en la Lima de los años cincuenta y sesenta. Personajes ridiculizados a través de exageraciones, indirectas, insinuaciones, frases, mostradas desde el estilo narrativo en sí, en sus salidas al Country Club, a la plaza de toros, al Golf, al hipódromo, en la organización y celebración de fiestas rancias, desde la descripción exacta de sus taras clasistas, racistas y homofóbicas.
Toda esa distancia crítica de la novela marcada por este uso de la ironía con todos estos personajes que rodean al tierno Julius, desde la visión de un narrador omnisciente, es cambiada en la adaptación visual por un tono más solemne, con una intención de tragedia que socava la mordacidad del original.
Mi personaje favorito, debo decirlo, era el de Juan Lucas, el padrastro de Julius, un tipejo prepotente e histérico, siempre a la moda, además el verdadero antagonista del niño en la ficción. Sin embargo, toda esa distancia crítica de la novela marcada por este uso de la ironía con todos estos personajes que rodean al tierno Julius, desde la visión de un narrador omnisciente, es cambiada en la adaptación visual por un tono más solemne, con una intención de tragedia que socava la mordacidad del original. Ya de por sí que aparezca la voz impersonal de Salvador del Solar como el Julius adulto y como narrador ordenador del film, quien a través de un gran flashback retoma sus recuerdos de infancia, modifica la posición del punto de vista.
Por ello, en el film de Díaz Costa prima la visión de un niño y con ello su visión infantilizada y básica del mundo, y por ende, plasmada en una puesta en escena limitada (y por momentos desafortunada) para transmitir esta perspectiva del entorno oligárquico. Un mundo dividido entre ricos y pobres, entre los que viven aislados en el palacio sanisidrino y los que viven en las barracas, entre buenos y malos, entre blancos y marrones.
La novela de Bryce trata evidentemente sobre estas dicotomías sociales in extremis, es decir, entre blancos y cholos, entre criados y amos de la casa, entre machos y mujeres vulnerables, entre ricos y empobrecidos, entre el mundo infantil y el mundo adulto, sin embargo el film reduce el tratamiento de la obra literaria a la polaridad dramática y esquemática de ese gran tópico de clase.
Si en El gran Gatsby o Romeo+Julieta, el director Luhrmann se tomaba licencias extremas para moldear y “actualizar” a su antojo relatos literarios que tenían quizás otra intención, para agregarle elementos contemporáneos, la versión cinematográfica de Un mundo para Julius realiza un ejercicio inverso, constreñido, mesurado, cuasi aséptico, en la medida que elimina toda la ironía de la novela y apuesta por transmitir solamente los pasajes más trágicos de la obra: sepelios, despedidas, ataques racistas y sexuales, y tratarlos desde la inconsistencia de la viñeta. Más allá de esta decisión para la adaptación, que a todas luces es válida, aparecen los problemas en la puesta en escena en sí, dividida por episodios definidos por epígrafes literales de la novela, o un argumento construido a partir de la idea de la inmersión (de Julius sumergido en una piscina al inicio y al final).
Lo que se percibe en Un mundo para Julius es el intento de conexión con la tesis del libro (en su crítica irónica a una oligarquía) desde una mirada práctica: reducir el tono a una dicotomía básica, de privilegiados y excluidos, materializado en ese plano final con dron, de la gran barrera existente entre Las Casuarinas y Pamplona Alta en pleno siglo XXI.
Así, debido a este acartonamiento del guion, cada secuencia se vuelve un episodio desconectado de las demás partes del film, como si la lógica fuera plasmar momentos específicos y didácticos en la vida de Julius para sumar su aprendizaje social: el protagonista buscando una alcancía, en la escuela, en el confesionario, en la colecta, en cualquier fiesta, mientras los demás personajes se vuelven figurines, sin profundidad, sin justificación de su existencia, más que ser parte del decorado.
No es mala idea que se quiera subvertir la intención de una novela en cualquier posibilidad de adaptación, de hacer una versión libre, de inventar nuevos personajes, crear nuevas situaciones o eliminar pasajes porque de eso se trata, de hacer una obra adaptable al lenguaje del cine, sin embargo, lo que se percibe en Un mundo para Julius es el intento de conexión con la tesis del libro (en su crítica irónica a una oligarquía) desde una mirada práctica: reducir el tono a una dicotomía básica, de privilegiados y excluidos, materializado en ese plano final con dron, de la gran barrera existente entre Las Casuarinas y Pamplona Alta en pleno siglo XXI. La mirada del anciano Julius, el narrador en off (Del Solar), que muestra una voz juvenil y fresca, a pesar del gran paso del tiempo.