Una lección de altura

Ocho horas de camino. Siete alumnos. Cuatro grados. Un aula. Cero vecinos cuando cae la noche. Areli Reyes Dávila, profesora de primaria, 29 años en su haber, nos cuenta cómo es ser docente en la IE multigrado del lejano caserío de Culebramarca, en las alturas de Pasco. Esta es una historia de vocación.

Escribe Tatiana Palla*

«Cuando dije ‘agarro la plaza de Culebramarca’, todos me miraban, así, con los ojos de susto. Inclusive estaba el director de la UGEL y me miró. Los maestros de atrás gritaban ‘Bravo, bravo para la profesora, se va ella a Culebramarca, ¡qué valiente!’. Entonces ahí me pregunté: ‘¿A dónde me voy?'», recuerda Areli.

Para llegar a su escuela, depende de Herald Ninahuanca, el único colectivero del distrito de Paucartambo que accede llevar a los escasos visitantes de Culebramarca hasta Tindalpata, donde muere la trocha y comienza el camino hacia el poblado. Areli espera comenzar temprano el ascenso a la pequeña comunidad dedicada  al cultivo de papas en la que enseña, perdida entre montes y neblina, y a la que nadie llega por error. Esta vez, la ruta será particularmente dura: no serán siete horas de ascenso, serán casi nueve. Luego de descargar las cajas de comida del auto, Areli espera a Don Florencio y sus burros para seguir el recorrido.

Foto: Perú Educa

«Ni en sueños pensaba llegar a un colegio caminando tantas horas, bajo la lluvia, tener el temor de perderme en el camino» dice Areli. Desde que comenzó a trabajar como docente en 2010, le tocaron instituciones a diez, quince minutos de su casa. Ahora, solo sale de Culebramarca unos cuantos días al mes. Lo suficiente como para insertar notas en el sistema, hacer el nuevo cargamento de comida para la siguiente estadía, visitar a su madre, encontrarse con algunos amigos. Salir de Culebramarca toma un día. Regresar, día y medio.

«Del camino me dijeron de todo. Que te encuentras con la culebra, que en Leonpampa hay león, que cuando Culebramarca se llena de nubes, llega el oso. Me asustaron» recuerda. Luego, aprendió que no debía creerse todas las historias. Tras cuatro horas de caminata, es necesario acelerar para ganarle a la neblina. Una hora más tarde, la lluvia cae como ducha y rebota en la tierra. Hay que moverse con cuidado: desde Luichococha a Culebramarca, el fango está vivo. Hay que llegar antes de las 6 pm sí o sí, y aún quedan cuatro horas de camino. Luego de seis horas de caminata, aún queda aún superar dos hileras de montañas para llegar a Culebramarca.

Ocho horas después, un techo

La primera casa de Culebramarca se logra ver una hora después de dejar atrás Luichococha. La comunidad agrupa menos de veinte personas, cinco casas, centenares de carneros y una que otra leyenda. Visitar al vecino más cercano supone al menos 30 minutos de caminata. El centro del pueblo es solo una casualidad conformada por una capilla abandonada, unos baños a medio hacer, la escuela antigua con su fogón, la escuela actual y un centro comunal recientemente construido, pero al que ya le faltan algunos vidrios. La profesora Areli, completamente empapada, saca la llave y abre con confianza la puerta del local.

A solas

La de Culebramarca es una vida en aislamiento. Una vida en la que, excepto por la FM, no hay cómo saber qué pasa en el resto del país. Aquí no hay llamadas, televisión o vecinos. Para usar el celular, hay que trepar un cerro. La caminata toma más de hora y media. Tampoco hay agua potable, solo un balde para sacar un poco de agua de río cada mañana. El foco del centro comunal funciona con el panel solar que la profesora solicitó para el colegio cuando llegó. El silo está cruzando el riachuelo, y de noche hay que adentrarse en la oscuridad total para usarlo. Pocos pasan por el centro comunal: tal vez algún padre o madre de familia que viene con papas de regalo, o la visita mensual del equipo itinerante del Ministerio de Salud para las zonas rurales de Pasco. «Cuando los niños se van a las cuatro de la tarde, quedo absolutamente sola» dice con voz de resignación.
No muchos tienen la fortaleza para mudarse a Culebramarca por un año entero. Ella misma pensó que no podría lograrlo. «El día que llegué dije: mañana amanece y me voy. Pero ya comenzaban las clases, los niños comenzaron a bajar de las puntas. Si renunciaba, seguro venía otra persona y hacía lo mismo que yo. Tomé la plaza, es mi trabajo» se exige. Areli completó su año de trabajo en diciembre de 2014 y en su paso por Culebramarca ha transformado aula, alumnos, y dejado nueva habitación del docente para quien tome la plaza en 2015. El trabajo ha sido duro.

Foto: Perú Educa

Nueva profesora, nuevo hogar

A ochenta metros del centro comunal, pasando un pequeño canal y un par de ojos de agua, están el colegio, la vieja escuela y la vicharra (fogón) en la que los docentes preparaban sus alimentos. Hasta 2013, los profesores utilizaban el antiguo colegio de adobe, devenido en almacén del colegio y de la comunidad, como habitación. «Estaba oscuro, olía a guardado, había insectos, podía entrar la rata» recuerda la profesora Areli. Acomodarse en el nuevo local de la comunidad implicó varias caminatas y muchos más argumentos. Tuvo que visitar de casa en casa a las autoridades de Culebramarca para conseguir el permiso. «Compré este cable, jalé la luz. Traje el balón de gas, mi cocina, el colchón, armé la cama con ladrillos y maderas y así pude quedarme» dice mientras pone a calentar agua en la tetera.

Nuevo año, nueva aula

Cuando Areli llegó a Culebramarca, encontró un aula en estado crítico. Los pisos estaban carcomidos por la humedad. “Cuando caminábamos nos hundíamos. Había unas carpetas, un escritorio, un librero, y una pizarra. Era un aula poco atractiva, los niños no tenían ninguna motivación para venir a las clases. Faltaban, ponían de pretexto la chacra, así que transformé el aula» dice la profesora. Renovar el salón le tomó de marzo a julio. «El salón no estaba así de ordenado, así de limpio, el piso estaba roto, suelto, sin pintar. No daba ganas de venir al colegio” dice Yonel, que por estos días se debate entre elegir dedicarse a la agricultura o bajar a la ciudad para estudiar la secundaria. Areli compró nuevos tablones para el piso, que subió en dos meses al poblado, y pintó el aula en tres colores con ayuda de los padres de familia. El presupuesto no alcanzó para reemplazar las placas de vidrio rotas de la puerta de entrada, por donde aún se filtra el frío al salón.

Foto: Perú Educa

Salón en revolución

En Culebramarca, la jornada inicia antes de las cinco de la mañana. La profesora llena la tetera con agua rojiza de río, prende la radio y escucha voces limeñas discutiendo sobre temas que poco parecen afectar Culebramarca, pero que Areli escucha con imbatible atención. Los chicos aparecen en la puerta un par de minutos antes de las ocho, puntuales y sin reloj. «Ya, a cambiarse los zapatos, hagan fila ordenados» dice. La revolución del aula comienza por los pies. Siete pares de zapatitos de lana, todos tejidos a mano, sustituyen las botas de plástico con la que los chicos han llegado corriendo desde las alturas de Culebramarca. «Por la distancia que ellos viven, los niños venían todos los días con sus botitas mojadas. Hemos creado los zapatitos abrigadores tejidos con la lanita de carnero» cuenta Areli. Las pantuflas de salón, junto con los asientos forrados de lana de carnero, han sido las primeras soluciones que ha profesora ha impuesto para hacer que los chicos dejen de pensar en el frío y se concentren en la clase. Clase que va, por cierto, desde las 8 am a las 4 pm.

Un día en la escuela

La mañana comienza con arroz, leche y galletas: a la mesa del desayuno están Rosa (9), Ania (9), Denisa (10), Rosmelinda (10), Hilton (11), Eusebio (12) y Yoner (13), y son la razón de Areli en Culebramarca. La profesora ha hecho del aula un espacio para conocer objetos y dinámicas que tal vez los chicos no usen frecuentemente en la localidad, pero que les conviene conocer si bajan a la ciudad, explica. Cuando terminan de comer, botan las envolturas de galletas en el basurero de residuos plásticos y las migajas al basurero orgánico. «Si algún día visitan Lima deben saber por qué hay basureros de distintos colores» insiste. «Yo trato de presentarles cosas que no conocen para que estén preparados y sepan afrontar la vida si en algún momento salen de Culebramarca. Aquí me dijeron que por qué perdía el tiempo en eso. Algunos padres no valoran el tipo de educación que les estoy dando: que para qué los individuales, para qué una fotografía en su mesita, si no es importante», lamenta. Para Areli, es una forma de levantar la autoestima de los pequeños, que se sientan únicos. Y lo ha logrado.

Mercado imaginario

En Culebramarca no hay tiendas. Las monedas y billetes se usan fuera de la localidad, cuando los padres bajan a Santa Isabel a vender papas o comprar abarrotes. Los niños están fuera del sistema monetario y son pocas sus oportunidades para aprender a distinguir los diferentes tipos de billetes y monedas en circulación. Areli ha procurado que el aula también tenga un espacio para que los chicos sepan cómo comprar y recibir vuelto sin fallar. La bodeguita de Doña Paola ha sido surtida con las envolturas vacías de los alimentos Qaliwarma, junto con cajas y objetos que la profesora ya no usa. La balanza es material didáctico del Minedu. Un par de ganchos de ropa, unas pitas, unas cajas forradas de colores completan la bodega. Costo del proyecto: menos de diez soles.
Hoy la pequeña Ania (7) se pone el delantal para convertirse en Paola. Pesa medio kilo de oca y un kilo de papa en la balanza, suma tres bolsas de fideos (rellenas de paja de ichu seco) y una caja de té filtrante. Hace la suma en su libreta y entrega una boleta a su hermana Rosmelinda. Luego lucha con las monedas para dar el vuelto correcto. «Los chicos tienen que aprender también esto. Hay que traer al salón lo que no conocen» insiste Areli.

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Aprender jugando

La mañana arranca con la clase de comunicación. La historia de una vicuña que no hace caso a las advertencias de su madre será el tema del día. La profesora da copias a todos los chicos y ellos corren a sentarse debajo de la esquina de lectura: la biblioteca es ahora abierta, y algunos libros cuelgan del techo gracias a algunas pitas y unos ganchos de ropa. Niñas y niños se sientan sobre una piel de carnero y comienzan la lectura. En la tarde tendrán que representarlo al aire libre con máscaras y disfraces hechos en cartulina.
Para enseñar matemática también tiene más de un truco. Ahí están las maquetas hechas por los chicos, las regletas de Cuisenaire, las calculadoras digitales y las de rejilla de colores, los materiales de ciencias. También, por supuesto, tiene propuestas propias. «Los juegos como el bingo les llama mucho la atención. Con el bingo han aprendido a sumar, a restar, a multiplicar» dice.

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Larga caminata al hogar

La clase termina a las cuatro de la tarde. Ania y Rosmelinda hacen una invitación especial a su casa esta noche. Será una hora y media de camino para llegar a la casa de la familia Crisóstomo. Llegamos cuando el sol comienza a ocultarse.
En Culebramarca no hay tareas para el cuaderno: Areli sabe que llegando a casa, no hay luz eléctrica para dedicarse a los deberes escolares y las chicas y chicos deben apoyar con algunas labores de casa. Los Crisóstomo estudiaron hasta segundo, tercero de primaria, lo suficiente para hacer operaciones básicas, firmar y algunas otras cosas adicionales. «Nuestras hijas deberían aprender un poco más, terminar la primaria. ¿Secundaria? No sé, habría que mudarnos» dice Don Florencio. Mudarse implica dejar la agricultura.

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Primaria, ¿y luego qué?

Las chances de que los niños de Culebramarca puedan llevar la secundaria son bajas. Seguir con los estudios pasa por una mudanza (altamente inviable), enviar al niño con un familiar a la ciudad o trabajar un par de años para ahorrar y bajar a la localidad de Santa Isabel para estudiar. «Los niños se quedan en la chacra o bajan a Santa Isabel. La aspiración máxima de algunas niñas de aquí es ir a Lima, como sus tías, sus hermanas mayores, y trabajar en alguna casa. Trato de estimular a mis alumnos a buscar más opciones”.
Optar por la chacra no está mal, aclara, pero a ella le gustaría que el oficio de la enfermera que visita mensualmente la localidad no sea un sueño imposible para la pequeña del aula que quiera imitarla. O que, en todo caso, una mayor preparación ayude a los chicos y chicas a mejorar el manejo de sus chacras. En el salón hay un mecánico, un ingeniero, una enfermera, una doctora. Cada niño ha escrito en su carpeta lo que le gustaría ser de grande. Con las carreras, Areli busca estimular a los chicos a pensar en ir a la secundaria. Para muchos padres basta con la educación suficiente para comerciar sin ser estafados, escribir correctamente, entender lo que se firma. Hay quienes se sienten incómodos con que la profesora cree expectativas poco factibles a sus hijos, que para qué les llena la cabeza de ideas. El tema, sin dudas, generó tensión en el año que pasó.

Un día con lluvia

A la mañana siguiente de la jornada con los Crisóstomo, el sol desparece y diez minutos después de entrar al salón se desata la lluvia. No parará hasta tarde. «Los niños a veces se quedan a dormir aquí. En invierno se quedan seguido por la neblina. Ellos mismos, a pesar que viven aquí y conocen, se pierden. Apareces en otro lugar, entonces la dificultad de que no lleguen a casa» dice Areli. Hoy Yoner, Eusebio y Rosmelinda se quedarán en el Centro Comunal. Yoner, el mayor, se compromete a preparar sopa de fideos y zanahoria para todos. La profesora solo espera que la cena conjunta no agote sus abarrotes mensuales.

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Vocación para enseñar

En Culebramarca, Areli es profesora las veinticuatro horas. El resto de su vida la ha dejado a un día de distancia. Trabajar como ella, internada en una comunidad lejana, es prueba de vocación. Lejos de la familia, lejos de los amigos, lejos del calor hogareño que los demás habitantes de Culebramarca tienen en sus campos, en sus casas, y ella no. «De hecho creo que el trabajo de algunos docentes es muy sacrificado. Hay que dejar de lado muchísimas cosas. Así gane poquito, quiero trabajar en lo que me gusta. Ser profesora no es una cosa de ocasión, sino de vocación. Si no, no estaría en este lugar» reflexiona Areli ya en la mañana, cuando los chicos están preparando el desayuno en la vieja vicharra. El año escolar ya termina, y espera que el nuevo docente de Culebramarca tome la posta con la misma emoción.

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*Foto de portada Perú Educa | Las fotos y el texto original fueron previamente publicados en el portal Perú Educa, al igual que este perfil, puedes seguir su trabajo en este enlace. | Tatiana Palla editó el texto del original para omitir términos técnicos. El contenido reproducido cuenta con el permiso de la autora y Perú Educa, está prohibida su reproducción sin autorización de los autores.

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