A pesar que estamos en plena cuarta ola feminista, son pocos los productos mainstream de Hollywood y aliados que apelan a congraciarse con el espíritu de los nuevos tiempos más allá de las fórmulas de films tipo La Mujer Maravilla, Legalmente Rubia o Eric Brockovich. Hay pocos films, que siendo dirigidos por hombres o dentro del sistema de producción que ha condenado a las mujeres a sueldos bajos en relación al estándar, y donde los equipos de trabajos también están sometidos a liderazgos masculinos, propongan desde su propio lenguaje cinematográfico una oportunidad para la comprensión de algunos sucesos históricos o que resulten inspiradores para diversos grupos de mujeres.
Se ha estrenado en Lima Colette: Liberación y deseo (2018), film dirigido por el británico Wash Westmoreland, cineasta LGTB y director de Siempre Alice, que traslada a la pantalla grande parte de la vida de Sidonie-Gabrielle Colette, la polémica escritora francesa nacida en 1873. Westmoreland elige la etapa preliteraria de Colette (interpretada por Keira Knightley), y opta por describir sus años de recién casada con el escritor Willy (encarnado por Dominic West), quien cumple, en esos tiempos de inicios del siglo pasado, un rol de Pigmalión, de esposo-padre y amante mujeriego que la transforma y guía.
En los primeros minutos del filmasistimos a la primera transformación de Colette, de joven esposa provinciana aamante citadina y ghost writer (escritora fantasma), donde vemos como Willy, el famoso escritor, la va convirtiendo en la esposa que escribe las obras que él firma. En la segunda parte del film, por así decirlo, la saga de novelas de Claudinese vuelve detonante de un crecimiento económico, debido al éxito de ventas,pero también en la posibilidad de despertar en Colette una segunda transformación, que la libera del yugo que le impuso el esposo ávido de éxito.
Es en esta elección de Westmoreland, de tomar esta primera parte de la vida de Colette, y no sus años más vigorosos de bisexualidad, de su afirmación como escritora en un entorno conservador, de su ingreso a la academia literaria y de sus matrimonios marcados por el escándalo, que propone ilustrar un proceso de liberación (tal cual el subtítulo del film al español). Si comparamos la primera escena de la película con la última, vemos que hay una intención de mostrar la progresión de un personaje que será transformado y liberado. Pasamos del seno familiar de Colette en la formal hora del té en el campo, a verla libre y plena mirando a la cámara en un show de vodevil, siendo ella misma en el momento final. Es así que Keira Knightley como Colette va desnudando su deseo de ser ella misma, y que tiene en la figura de su madre, en una escena transcendental (más aún si revisamos que en la vida real la madre de Colette provino de un hogar ateo y liberal), un espejo ideal, por encima del deseo de los hombres que la rodean.
Por otro lado, pareciera que en el tratamiento del film hubiera una paradoja en su intención de ser reveladora para una espectadora de tiempos feministas, ya que Colette decide siempre salir del molde gracias a consejos de terceros (hombres y mujeres) y muy poco por sus propias decisiones. Es como si primara la intención en el argumento de dejar en claro que muchas veces las decisiones de liberación pueden desencadenarse por obra y gracia de los consejos de amigos, sin agencia o autonomía real. Sin embargo, pareciera que en ojo de Westmoreland esta vía resulta acorde y válida en un contexto histórico volátil, poderoso y atractivo, como si Colette fuera una total hija de su tiempo (de vanguardias artísticas e históricas). Para Westmoreland, los contextos transforman.
También se percibe en el film de Westmoreland su apuesta por el uso del espejo o la figura del doble, como una metáfora de la necesidad de Colette para deshacerse de su imitación. Ya sea como escritora esclava o siendo el clon de Claudine, objeto sexual de su esposo. Así, Westmoreland usa la mímica, la farsa o la copia a partir de diversos artilugios expresivos para mostrar esta transformación, para llegar luego a ese final contundente, del rostro de Colette ante la cámara, mirándonos, totalmente única, fuerte y renovada.