Escribe Amanda Meza

Prendo el televisor y veo al ministro de Trabajo, Alfonso Grados. Pienso que quizá el gobierno ha retirado su ley pulpín (nueva versión) del Congreso, que van a cumplir la promesa de campaña de subir a S/. 950 el sueldo mínimo; que ya incrementaron el número de supervisores de la SUNAFIL, o les dieron igualdad laboral a las trabajadoras del hogar, quizá encontraron la fórmula para que los peruanos y peruanas dejemos de vivir en la informalidad, los mil oficios y la desesperación de no encontrar chamba. No, nada de eso. El ministro está en la televisión para anunciarnos a todos que es la cabeza de la organización de la visita del papa Francisco al Perú en enero de 2018, salvo –ojalá- mejor parecer.

Claro, chasqueo los dedos, cómo va a ser que al ministro Grados le interese mejorar la vida de los ciudadanos si en una declaración de este año dijo que “el nivel de 850 soles (sueldo mínimo) es adecuado para el nivel que vivimos”. El ministro que gana más de 15 mil (si contamos beneficios laborales posiblemente llegue al doble) tiene demasiado tiempo libre en el ministerio que se puede dar el lujo de ser el organizador, porque es un hombre católico muy confeso y con eso basta y sobra para administrar el Perú (Es sarcasmo porsiacaso).

Ya que el Estado está metido de cabeza en el encuentro del papa con sus fieles peruanos, sería bueno conocer el monto exacto de la inversión de los tres días en que Francisco estará en el país. El ministro al que le parece que se puede vivir con 850 soles de sueldo mínimo, dice que se gastará un monto “austero” en la visita papal. Pregunta: ¿A qué le llamará austero si tenemos en cuenta lo que se ha gastado en otros países?

Como el papa tiene rango de presidente, los gastos suelen ser cubiertos entre la Iglesia católica y el Estado (o sea nuestra plata). En México gastaron un promedio de 300 mil dólares por día, saque su cuenta si se quedó seis días. En Quito (Ecuador), el costo fue de US$1,3 millones. Allí estuvo, por intervalos, poco más de tres días. En Colombia se han calculado US$1,5 millones. Pero se teme que en Perú sea mucho más, en primeros cálculos se hablaba de 12 millones de soles considerando que no solo estará en Lima sino también Trujillo y Puerto Maldonado.

Más allá del sucio dinero terrenal que todo lo corrompe, lo cierto es que ya vimos las primeras broncas de una especie de hoguera de vanidades entre el Estado y la Iglesia por el lugar donde el papa oficiará la misa principal. El arzobispo de Lima, Juan Luis Cipriani, quería que la misa sea en la Costa Verde a pesar de que podría generar caos en caso de un sismo o un incidente natural.

El Arzobispado de Lima cuenta no solo con una web para promocionar la visita del papa. También tiene cuentas en Twitter y Facebook distintas a las creadas por la Conferencia Episcopal. Entonces, en esa hoguera de vanidades, que ha de ser una guerra santa al interior de comité organizador, nos vemos los peruanos excluidos –como siempre- simples espectadores de lo que hacen con nuestros impuestos y como la Iglesia nos arrea como corderos pese a que somos un Estado laico. Y acabamos de ver a nuestro presidente arrodillado y silencioso usando al papa o usándose mutuamente para promover actos non santos como el indulto y el candado a investigaciones sobre abusos sexuales de los curas, el Sodalicio, la orgía en una congregación de la Curia Romana en el Vaticano y otros temas.

Papismo y periodismo 

Una discusión aparte de la que los periodistas no hacemos aún autocrítica es el tratamiento de las noticias sobre la visita del papa Francisco. Noticias llenas de santurronería, de adjetivos de bondad, de empalagosa admiración, pero… estamos olvidando que la iglesia es un poder político y económico. Y el periodismo tiene la obligación de escudriñar, cuestionar, poner el dedo en la llaga de cualquier poder.

En el Perú es ingenuo pensar que la visita del papa no está relacionada con las últimas decisiones políticas. Una que le interesa directamente al papa y a las iglesias católica y evangélica es su campaña contra la igualdad de género y educación sexual, cuyo avance torpedean curiosamente en Perú con la misma vehemencia que lo hacen en México, Colombia –donde incluso boicotearon el proceso de negociación de paz diciendo que ese acuerdo también homosexualizaría al país-; otro es la necesidad de desviar la atención de investigaciones que comprometen a los integrantes de la iglesia y otra más es esa imperiosa necesidad de tirarse bombos con ave marías ajenos. El papa no mantiene un discurso aleccionador ni contundente respecto a denuncias de abuso sexual de sus sacerdotes, y tampoco se ven aquellos vientos de cambio de los que tanto se hablaban cuando asumió el cargo. ¿Hacia dónde va la iglesia católica? ¿Tiene verdadero control sobre lo que hacen sus integrantes? ¿Marketing antes que perderlo todo? ¿Qué hacen ante las nuevas generaciones que se distancian más del discurso censurador y represivo? Hay mucho papa, digo pan, por rebanar. Al periodismo le toca dejar de pensar en castigos divinos y lanzarse a preguntar. Esa es su tarea.