Solo 1 de 25 denuncias de violación sexual tienen condena. En el 2017 se registraron aproximadamente 19 mil denuncias de abuso sexual a menores de edad, según el Observatorio de Criminalidad del Ministerio Público.

Entre el 2014 y el 2017, 3 mil personas han sido condenadas por violación sexual a menores de edad, según la reciente investigación de Ojo-Público.

La investigación de Ojo-Público no solo muestra cifras que desgarran la moral de los peruanos, sino también testimonios de víctimas de violación sexual que tienen que afrontar la débil justicia en nuestro país y sentir que para el Estado, su dignidad e integridad, no valen nada, pues sus victimarios terminan en libertad o con condenas que son burlas para todo lo que han tenido que vivir por haber nacido en un país de violadores, país en el que la pequeña Jimena perdió la vida la semana pasada tras ser raptada, violada y luego estrangulada con una soguilla por César Alva Mendoza, autor confeso de este conjunto de crímenes.

El testimonio

Tal es el caso de una niña de 14 años que relató haber sido violada durante la mitad de su vida por su padrastro, Lucas Salas, que, según Sandra Falconí, madre de la niña y profesora de lengua y literatura en Ayacucho, tiene un perfil de psicópata. Lucas sabía cómo actuar frente a su expareja. Ella se enamoró de este aviador militar retirado, 10 años mayor, pensando que había encontrado a alguien que parecía quererla de verdad.

La niña cuenta, en la cámara Gesell (espacio en que una psicóloga forense interroga a una víctima mientras en un ambiente contiguo otras personas autorizadas escuchan y observan a través de un espejo), que todo empezó en el 2007. Estaban jugando en el cuarto mientras la mamá trabajaba con unos colegas que llegaron a las 6 de la tarde. Lucas le dijo que le iba a enseñar un juego y le bajó el pantalón. Él aprovechaba las ausencias de la madre, producto de su trabajo como profesora, para abusar de la niña diciéndole que era un ‘juego normal’.

Después, en mayo del 2009, Lucas la violó.

Luego de almorzar con la madre y la niña, el depredador se retiró antes con la excusa de hacer unos trámites. La mamá tenía que dar una clase y la niña cambiarse para ir a un campeonato escolar de básquet. Cuando la niña estaba atándose los pasadores de sus zapatillas, entró Lucas, puso música a alto volumen y la violó. Ella tenía 8 años. Lucas salió sonriendo y la niña, luego de cambiarse, se fue adolorida a su partido de básquet.

«El 2011 fue el año más feo para mí, porque habrá ocurrido unas ocho veces», cuenta la niña.

En el 2015, la niña le contó algo a su abuela. Ella se lo contó a Sandra Falconí, que estaba en Lima, y ella hizo que su hija volara a la capital. En la ciudad, la niña le contó todo y así, después de años de tormento, presentaron la denuncia contra el padrastro. Ese mismo año 4 mil 924 niñas y adolescentes fueron violentadas en el país; la Policía Nacional recibió 3 mil 752 denuncias por abusos a menores que iban desde tocamientos indebidos hasta la violación sexual y 2 mil 917 hijas de otras familias se sometieron a abortos para terminar embarazos productos de violaciones sexuales.

En el proceso judicial, el abogado de Lucas y el acusado, cuestionaron la capacidad mental de Sandra Falconí, pues ella sufre epilepsia y alguna vez tuvo episodios de amnesia.

«Él conocía esa situación y ha usado infelizmente ese argumento de mi enfermedad para descartarme, para decir que soy una pobre mujer enferma, que no tiene memoria», dice la mamá de la víctima.

El examen médico mostró que habían «dos desgarros incompletos antiguos” en el himen de la víctima. Los peritos debatieron el tema, Uno explicó que existen once tipos de coito y que la definición de uno u otro determinaría si se había consumado la violación. Dos peritos dijeron que sí. Otros dos aseguraron que no era físicamente posible y que a lo mejor la niña se había causado las lesiones tocándose sola.

Finalmente, en el 2017, el tribunal, conformado por María Pacheco Neyra, Nazario Turpo Coapaza y Karina Vargas Béjar, absolvió al acusado de los tres cargos que se le imputaban: actos contra el pudor, violación sexual de menor de edad y tentativa de violación sexual.

«(…) las pruebas han perdido espontaneidad, veracidad y eficacia (…) resulta difícil determinar si realmente el bien jurídico lesionado ha sido producido por el procesado», señala la sentencia.

Sandra Falconí, quien ha apelado el fallo y está a la espera de la respuesta judicial asegura que, si es necesario, irá hasta la Corte Suprema y si esta tampoco funciona, irá hasta la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH).

La niña hoy ya es adolescente y está a punto de empezar a estudiar en la universidad. Ella quería estudiar derecho, pero producto de la experiencia en el juicio que destruyó su esperanza en la justicia, cambió de carrera.