A 9 años de El Niño: damnificados de Piura viven sin agua y sin luz en medio del bosque seco

Sin servicios de agua, ni de luz, y con latente conflicto por la titularidad de sus tierras, así viven los damnificados más pobres del fenómeno El Niño en Piura, luego de 9 años de la tragedia que enlutó a la región.

Por Malú Ramahí

Flora Sandoval Chinchay vive desde hace nueve años en el km 980 de la carretera Panamericana Norte, una zona en medio del bosque seco del distrito de Cura Mori, en Piura. Al mediodía, sale de su vivienda hecha con carrizo, triplay, y camina sobre tierra hasta el punto donde espera que haya pasado la cisterna encargada de llenar los depósitos que ella y sus vecinas dejan listos desde temprano. Pero esta vez, como tantas otras, los encuentra vacíos Es un día más sin tener agua potable su familia, los animales que cría, y sus vecinos del Km 980.

Tiene 68 años y su vida no siempre fue así. Antes del 2017, Flora vivía con su esposo e hijos en el distrito de Cura Mori. Aunque su casa también era de carrizo, contaba con agua potable y luz eléctrica. Con pocos recursos, vivían tranquilos, cerca de la ciudad, y se amparaban en su hogar que construyeron y amoblaron tras muchos años de trabajo en el sector agrícola.

Flora Sandoval recuerda cuando lo perdió todo en el desborde del río Piura, en el 2017. Foto: Malú Ramahí

Sin embargo, el 27 de marzo del 2017 se convirtió en una fecha imborrable en la memoria de Flora y de todos los piuranos. Con 3416 m3/s, luego de soportar al menos dos meses de torrencial lluvia por el fenómeno El Niño, el río Piura empezó a desbordarse de su caudal. Sus violentas aguas inundaron, principalmente, el centro histórico de Piura, Simbilá, Catacaos y Cura Mori, lugar donde vivía Flora, en el Bajo Piura. 

Desborde del río Piura en el 2017. Fotos: La República

El escenario era devastador. Miles de personas luchaban contra el agua del río que les llegaba hasta el pecho, mientras intentaban no quedar aislados de sus comunidades. Sobre sus hombros y brazos, cargaban a bebés, niños y ancianos. Algunos, aún tenían la esperanza de salvar sus bienes materiales, camas, refrigeradoras, televisores, y los arrastraban con fuerza y desesperación, mientras la prensa local y nacional transmitía en vivo todo lo sucedido.

Las personas más empobrecidas, quienes quedaron totalmente damnificadas y sin hogar, durante semanas durmieron en carpas negras y blancas, dentro de colegios de Catacaos que abrieron sus puertas para ayudar a los afectados por el desborde. Luego de algunas semanas, fueron reubicados entre los Km 974 y 980, en medio del bosque seco y con sus sueños ahogados bajo el agua.

Sin agua y sin luz

Bajo el fuerte sol piurano, que en verano llega a registrar sensaciones térmicas de hasta 40°C,  y en medio de un terreno casi desértico, sin agua potable, electricidad ni servicios higiénicos, más de 6 mil damnificados del Bajo Piura empezaron a delimitar sus nuevos hogares sobre la tierra y el polvo. Las carpas blancas, entregadas por Defensa Civil como ayuda de emergencia, se convirtieron en viviendas provisionales que, con el paso del tiempo,se convirtieron en casas, donde debían empezar, desde cero, una nueva vida.

En estos terrenos, según aseguran, ya vivían otras personas, también desplazadas por el Fenómeno de El Niño de 1998, y se había convertido en un territorio que acogía a los damnificados de las lluvias en Piura.

Durante los primeros meses, sobrevivieron gracias a las campañas de solidaridad: ollas comunes, víveres, agua embotellada y ropa. Pero, poco a poco, los alimentos y agua en los albergues dejaron de llegar.

En el 2019, tras la crítica situación de desabastecimiento de agua, el Ministerio de VIviendo, junto con la EPS Grau de Piura, encargada de la distribución del recurso hídrico en la región, firmaron un convenio para abastecer de agua a los Km 974, 978 Y 980. El convenio consistía en la transferencia de recursos económicos para distribuir agua a través de cuatro cisternas.

Algunos vecinos aún guardan y usan las carpas que les brindó Defensa Civil. Foto: Malú Ramahí

En el kilómetro 980 de la Panamericana Norte, los vecinos recuerdan que, durante los primeros años del convenio entre el Ministerio de Vivienda y la EPS Grau, las cisternas llegaban todos los días. Sin embargo, en los últimos años, los camiones empezaron a ausentarse. Hoy, según testimonios recogidos por Wayka, pueden pasar entre tres y cuatro días sin agua, y en algunos sectores más alejados, hasta dos semanas.

En su hogar, es Flora quien se encarga de recoger el agua, como muchas otras mujeres de la comunidad. Los hombres, desde temprano, parten a trabajar en las parcelas o en las agroexportadoras, mientras ellas asumen la recolección del agua, el cuidado del hogar y la crianza de los hijos.

No es extraño que en cada vivienda del Km 980 haya baldes, tinajas, ollas y bidones alineados como pequeñas reservas de emergencia. Pero la mayoría de los contenedores  permanecen vacíos. La mayoría de familias también crían animales, para venta o consumo propio. En los momentos más críticos, Flora ha visto morir a sus animales de sed. “Hace un mes (febrero)  a nosotros nos abandonaron. No venía el agua, no teníamos nada, nada de agua. Con mi balde de agua en mi cabeza, yo venía, les echaba a mis pollitos. Mis pollitos ya andaban como sonsitos, como temblequitos. Los patos que son más débiles, murieron más rápido”, cuenta, con cierta tristeza en su mirada.

Flora no tiene animales de carga ni medios de transporte. Como muchas otras familias, debe caminar alrededor de 80 metros que separan su casa del punto de acopio. Consigo lleva un balde lleno de agua sobre la cabeza, para soportar el peso que no pueden sus brazos. “Yo llevaba mi balde de agua en mi cabeza. “Siempre cargo agua en mi cabeza”, dice.

Según Javier Jirón, dirigente del Km 980, la población en la zona ha disminuido con los años debido a la falta de servicios básicos, lo que ha provocado un éxodo silencioso en el sector. “Actualmente, están viviendo aproximadamente 500 familias, pero cuando se desbordó el río, llegaron unas 3 500 familias a esta zona, pero se regresaron”. Flora Sandoval, recuerda con claridad el caso de una vecina: “Hay una señora acá también, se fue por el sufrimiento del agua, se fue la pobrecita, ya no aguantó. Regresó a Cura Mori”. 

Hubo un tiempo, antes del desborde del río Piura, donde Flora fue sostén económico de su hogar, hasta cuando su madre falleció y tuvo que hacer gastos para el sepelio. “Yo trabajaba en Chapairá, en la uva. Me ganaba el mínimo, por avance”, cuenta. Pero ahora, con 58 años, y en una situación económica y social más crítica, las empresas agroexportadoras ya no le dan trabajo. Como muchas de sus vecinas, ha optado por producir chicha de jora, la “bebida de los incas”, para vender por un sol la jarra de un litro. Pero incluso para eso necesita agua.

En el Km 980 tampoco llegan los aguateros. Aunque ni siquiera puedan pagar por el agua, a los comuneros les cuesta el peso de la incertidumbre, el desgaste físico y emocional, y el duelo por lo que el fenómeno El Niño les arrebató en el 2017.

María Margarita Cielo Chiroque, vecina del km 980. Foto: Malú Ramahí.

“Fue una tristeza. Yo perdí mi casa, mis animales, hasta un hijo”, cuenta con los ojos humedecidos María Margarita Cielo Chiroque, vecina de Flora. Según cuenta, su hijo murió ahogado en un canal cuando intentaba regresar a casa tras cobrar un dinero en Cura Mori. Tenía solo 23 años. Desde entonces, una gigantografía con su rostro permanece en una de las paredes de triplay más visible de la casa, junto a los tanques vacíos esperando ser llenados con agua.

“Aquí nos dejan a veces cada tres días, en este punto. Como usted ve, prácticamente los tanquecitos están ahí, estamos semanas, semanas cargándolos y no viene el agua, están que se asolean. Vienen las cisternas, y no dejan”, denuncia María Cielo.

Cabe señalar que el equipo de Wayka realizó dos visitas a la zona. En el primer día, ninguna cisterna apareció. En el segundo, llegó un camión cisterna de una municipalidad, solicitado previamente por los dirigentes.

La situación es especialmente crítica para las personas adultas mayores. Tránsita Castillo Ramos, una mujer de 63 años, debe encargarse de conseguir agua para su hogar mientras cuida a su esposo enfermo de una dolencia  crónica de la columna conocida como “pico de loro”. Tal como lo manifiesta, si su hija y su yerno  no vivieran cerca de su casa, ella quedaría desamparada y con muy poca ayuda para trasladar los grandes baldes de agua que posee.

“No tengo agüita, nada, Ha entrado el carro (cisterna), pero para acá no ha venido. Queremos agua, prácticamente aquí lo necesitamos para todo. Hacer limpieza, los servicios, los animalitos también necesitan”, menciona.

Sin luz

A la escasez de agua se suma otro problema estructural: la falta de electricidad. Gran parte de la población ha tenido que adquirir paneles solares, cuyo costo oscila entre los 200 y los 1,200 soles. No todos pueden permitírselo. En muchas casas, la oscuridad aún se combate con velas.

En el caso de Flora Sandoval, el pequeño panel que sus hijos le regalaron se malogró hace meses. Desde entonces, cuando el sol se oculta y su casa empieza a oscurecer, solo cuenta con una lámpara que funciona con combustible. Vivir sin electricidad, en pleno siglo XXI, significa vivir aislado e incomunicado. Flora suele pedir a sus vecinos que le carguen el celular o esperar a que alguno de sus hijos lo haga cuando viajan a Cura Mori. En su vivienda no hay refrigerador, televisor, ni ningún otro electrodoméstico.

Pero esta carencia también afecta directamente a la infancia. Sin electricidad, los niños y niñas no pueden acceder a tecnologías educativas básicas, ni estudiar en horarios nocturnos. Muchos hacen sus tareas a la luz de una vela o de linternas precarias, y otros simplemente abandonan los cuadernos cuando cae la noche. Las brechas en el acceso a la energía, en un contexto de ruralidad y pobreza, profundizan aún más las desigualdades educativas.

Convenio 

A través de Resolución Ministerial N° 335-2024-VIVIENDA, el Ministerio de Vivienda y Saneamiento, renovó una vez más el convenio pactado con la EPS Grau para abastecer los albergues de los Km 974, 978 y 980. En esta renovación, el ministerio destinó a la entidad prestadora de servicios un monto de S/ 397 884,00.

Wayka pudo conversar con Eduardo Vásquez, jefe de Operaciones de la EPS Grau, quien confirmó la recepción del dinero, el cual, según señaló, es utilizado para el mantenimiento de las cuatros cisternas y la compra de combustible. Aunque el dirigente Javier Jirón había señalado una disminución en la población en el Km 980, para Vásquez ha sucedido todo lo contrario. “Esto fue destinado para una población definida, inicialmente, porque luego se han asentado más moradores, y eso hace que se requiera más del servicio del agua”, señaló.

Sobre las denuncias de los pobladores por la ausencia de las cisternas en el Km 980, Vásquez negó cualquier falta y aseguró que las cuatros cisternas se mantienen operativas y presentes en los albergues.“Todos los días sale la cisterna para allá, son cisternas solamente destinadas para Cura Mori. A veces tenemos problemas con el despacho del combustible, pero eso tratamos de resolverlo lo más pronto posible”.

Si bien, el convenio se amplía hasta agotar recursos o hasta que lo disponga el Programa Nacional de Saneamiento Urbano (PNSU), según informó la Oficina de Imagen de la EPS Grau, Eduardo Vásquez, al ser consultado si el presupuesto se gasta al 100%, mencionó que siempre sobraba un porcentaje.“Se va acumulando. No se gasta al 100% el presupuesto”

Wayka también se comunicó con el licenciado Elías Chang, responsable de supervisar el trabajo de las cisternas en la zona desde mediados del año pasado. Según indicó, actualmente cuatro cisternas reparten agua a los albergues, realizando dos viajes cada una por día, lo que equivale a ocho recorridos diarios. Sin embargo, reconoció que en algunas ocasiones no han podido salir por retrasos en la orden de compra de combustible, un trámite que depende del área de Logística. 

Chang también consideró que la capacidad ya no es suficiente. Antes se distribuía en puntos fijos donde se habían instalado tanques, pero debido al robo de estos, ahora el reparto se hace casi casa por casa. Para Chang, a esto se suma que muchas familias almacenan grandes cantidades de agua en recipientes de hasta 1500 galones, además considera que el agua repartida solo debería ser usada para el consumo humano.

“Tú vas al día siguiente al mismo lugar y ya no tienen agua. Ellos no entienden que el agua es solamente para consumo humano, le dan  al burro a la vaca, al chivo, a toditos, entonces, de hecho que no les va a alcanzar el agua. Y ahora son muchos más pobladores. Usan el agua hasta para la producción de su bebida favorita  que es la chicha, que es algo tradicional, ahí emplean un montón de agua. Antes eran algo de 200 familias. Ahora va a llegar un punto donde las cuatro cisternas no van a alcanzar para nada”, respondió.

Sin agua, así regresan los vecinos del km 980 cuando las cisternas de la EPS Grau no pasan por la zona. Foto: Malú Ramahí

Según el artículo 4 del convenio, el “El Ministerio de Vivienda, Construcción y Saneamiento, a través del Programa Nacional de Saneamiento Urbano es responsable de la verificación y seguimiento del avance físico y financiero de los recursos, del cumplimiento de las acciones contenidas en el convenio y su adenda, y en el cronograma de ejecución física de las inversiones en el marco del Sistema Nacional de Programación Multianual y Gestión de Inversiones”.

En ese sentido, Wayka solicitó al Ministerio de Vivienda acceso a los informes que debería tener sobre la verificación de la ejecución del convenio, sin embargo la conclusión de su respuesta fue derivar la solicitud a la EPS Grau de Piura, cuya respuesta, desde el 15 de abril  hasta el cierre de esta edición, seguía en trámite. Aunque desde el medio se intentó obtener una explicación de la situación con el Ministerio de Vivienda, desde la Oficina de Imagen señalaron que el tema ya se estaba trabajando internamente. “Lo está viendo la alta dirección con la EPS Grau directamente”, indicó el encargado.

El Ministerio de VIvienda también envió el reporte financiero de los convenios firmados desde el 2018.

Keheda S.A.C., el Sodalicio y el conflicto por el territorio

A la falta de servicios básicos en el Km 980 se suman dos conflictos latentes. El primero es una demanda de desalojo contra comuneros, acusados de ocupar de forma ilegítima sus propios terrenos comunales. Este caso fue revelado por Wayka en 2019, cuando se descubrió que una red de empresas vinculadas al ya disuelto Sodalicio —entre ellas la constructora Keheda S.A.C.— se apropió de tierras de la Comunidad Campesina de Catacaos de forma irregular.

El Instituto de Defensa Legal (IDL), que asesora legalmente a los comuneros, presentó el 27 de febrero de este año una acción de amparo contra las empresas demandantes del caso. Sin embargo, hasta la fecha, el Poder Judicial no ha notificado su admisión, según confirmó el abogado Pavel Labán. En respaldo a la comunidad, el papa Francisco, antes de fallecer y disolver al Sodalicio, llegó a enviar un mensaje: “Yo sé lo que les pasa. Defiendan la tierra, no se dejen robar”.

El segundo conflicto tiene origen en el desborde del río Piura en marzo de 2017. Ese mismo día, Keheda S.A.C. anunció en sus redes sociales que había comenzado a “albergar” a damnificados en terrenos entre el Km 974 y el Km 980 como medida de emergencia. Sin embargo, precisaron que allí se desarrolla el proyecto Ciudad Satélite Cura Mori, sustentado por la Resolución Directoral Regional N°064-2015-GOB.REG.PIURA-DRVS-DR.

Según el dirigente Javier Jirón, muchas familias han abandona el km 980 debido a la falta de recursos básicos como el agua y la luz eléctrica. Foto: Malú Ramahí

Posteriormente, el Convenio N°101-2019-VIVIENDA, suscrito entre el Ministerio de Vivienda, Construcción y Saneamiento (MVCS), la Municipalidad Distrital de Cura Mori y Keheda S.A.C., formalizó la ejecución del proyecto habitacional bajo el programa Techo Propio, modalidad Construcción en Sitio Propio.

El dirigente Javier Jirón ha manifestado su rechazo al convenio, alegando que fue firmado sin consultar a los pobladores que ya habitaban en la zona desde el Fenómeno El Niño de 1998. Además, bajo las condiciones de Techo Propio, muchos comuneros no calificarían para acceder a este programa. “Yo ya tengo mi módulo en Cura Mori, pero está en zona inundable. No califico. Me dicen que tengo que renunciar a este terreno, pero este terreno es mío y lo voy a defender”, expresa Jirón.

Así, lo que fue anunciado como un proyecto social para damnificados, es percibido por muchos como una estrategia para legalizar intereses privados sobre tierras comunales.

Nadie los escucha

Cerca de las seis de la tarde, Sebastián Sandoval regresa a casa luego de trabajar en las parcelas. A lo lejos ve a Flora, su esposa, sentada frente a su vivienda. Al acercarse, le pregunta si esta vez llegó el agua.

—Sí —le responde ella—, pero no la del Ministerio de Vivienda.

La última vez que Sebastián y otros dirigentes del Km 980 fueron a reclamar por el desabastecimiento fue en febrero. Llegaron hasta el Ministerio de Vivienda, pero no sintieron que sus pedidos fueran tomados en serio. “En la EPS Grau sí nos atienden, pero nos mandan de oficina en oficina. Ya no tenemos cómo seguir yendo. Por falta de plata, no regresamos”, explica. “Y venimos, informamos a la población. Ya no nos atienden como antes”.

Los pobladores del Km 980 han solicitado ayuda en repetidas ocasiones, y no es de extrañarse si, así como llegaron en el 2017, y algunos, en el 1998, siguen en las mismas condiciones. Los comuneros exigen que las cisternas lleguen con regularidad, que el reparto de agua sea equitativo, que no se les olvide. Sin embargo, sienten que sus voces se diluyen entre papeles y promesas.

Cuando cae la noche, Sebastián y Flora encienden un manojo de hierbas aromáticas para espantar a los zancudos. El humo se mezcla con el aire cálido del atardecer. En el Km 980, una vez más, anochece sin agua, sin luz y sin respuestas.

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