Existe todo un subtema dentro del cine latinoamericano de los últimos treinta años que podríamos denominar como “cine sobre dictaduras”, y que atraviesa tanto ficciones como documentales, dentro de una búsqueda expresiva que amalgama memoria, historia y política. Es un cine a veces calificado como de urgente, necesario, “que debe ir a todas las escuelas del país”, y que se percibe como un modo de visibilizar aquello que los medios institucionales no muestran. Ante las realidades de diversas formas de terrorismos de estado, de desapariciones, secuestros, torturas sistemáticas que han marcado gran parte de la cartografía latinoamericana, en Argentina, Chile, Uruguay, Paraguay, Bolivia o Perú, el cine se ha convertido en una oportunidad para la discusión, pero también para simples prácticas informativas en contextos de revisionismos o negacionismos.

En una entrevista brindada al Festival de San Sebastián, el cineasta argentino Santiago Mitre dijo que se afirma que Argentina, 1985 es un film necesario: “No solo yo necesitaba hacer esta película, sino la Argentina necesitaba que se revisitara este hecho y con estas características. Trabajamos sobre la herida de un país”. Y esta película, percibida por los espectadores como una necesidad, recupera episodios del famoso juicio a las Juntas Militares responsables de los mayores horrores de la dictadura del general Videla entre 1976 y 1983, con miles desaparecidos de por medio, desde la perspectiva de un par de fiscales, Julio Strassera y Luis Moreno Ocampo, encarnados por Ricardo Darín y Peter Lanzani, respectivamente. Hechos históricos de la recuperación de la democracia en Argentina y que adquieren totalmente vigencia ante contextos latinoamericanos donde parece primar la amnesia o el deseo de plasmar nuevas versiones en torno a las dictaduras y fascismos.

Este film que Santiago Mitre, el director de El estudiante, La patota o La cordillera, escribió junto a otro cineasta relevante del cine argentino actual, Mariano Llinás (Historias extraordinarias, La Flor) ha logrado una serie de discusiones en medios y redes sociales, sobre la verdad histórica que trastoca el film, y sobre la capacidad del cine para representar con fidelidad hechos históricos. Se ha hablado de que el film se centró en el liderazgo del fiscal Strassera (una espléndida performance de Darín) y que dejó de lado, casi a nivel de extras, el papel de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) o de las Abuelas y Madres de la Plaza de Mayo, o si la película minimizó el papel del ex presidente Alfonsín; o si se trata o no de una película de izquierdas. También espectadores de derechas han recalcado que se echó de menos más diálogos de Videla, o una mayor presencia de los personajes de los militares, para contar así con versiones de ambos bandos. Pero, más allá de su tema, estamos ante un film atractivo, debido a que utiliza recursos muy emblemáticos del cine clásico, ecos del cine “de juicios” o del thriller político, con notables toques de humor, aunque se haya sacrificado, creo, algunos elementos expresivos en busca de una llegada más amplia.

Podríamos afirmar que el personaje de Strassera por momentos luce “poco activo” en los procesos de identificación de los testimonios, es decir, prácticamente lo llaman cuando está todo listo para entregar en la mesa de partes del juzgado, que la música a lo Danny Elfman resulta demasiado buena onda en algunas situaciones o que el clímax del “Nunca más” es frenado luego con escenas complementarias o intertítulos que expresan el inevitable didactismo de estos films de naturaleza histórica. Sin embargo, son defectos menores ante un film que plasma de manera cautivante el desarrollo de un juicio capital, de la mano de la recreación de testimonios y del papel de los medios, en especial la televisión, para informar y documentar. Uno de los elementos más importantes producto de la recreación de época es el papel de los medios de comunicación, que lucen organizados y desde una perspectiva respetuosa de las víctimas y su dolor, tal cual muestran los hechos televisados y que el film inserta tal cual.

Por otro lado, Argentina, 1985 funciona como identificadora de ausencias, tanto desde la construcción de una memoria visual, como de los relatos que priman dentro del cine peruano. El film argentino despierta admiración ya que enarbola el resultado de un gran proceso colectivo, pero sobre todo muestra la condena a un grupo de militares asesinos. Un Videla que murió en prisión, mientras aquí tenemos a aún a un ex presidente corrupto y preso por delitos de lesa humanidad habituado a cárceles doradas o a pasar como enfermo en clínicas de lujo. O también frente a un Pinochet, quien nunca pisó una cárcel en Chile. O para ir más allá, una película peruana sobre juicios a militares por delitos contra los derechos humanos no duraría ni horas en cartelera. Este es un país donde a sentenciados por genocidio se le rinden decorosas ceremonias fúnebres.

Mientras en Perú un grupo de realizadores promociona un film para acabar con el “comunismo”, donde los personajes terroristas son personas que replican discursos conspiparanoicos al estilo Willax, en Argentina se hizo una película para repensar y alertar los peligros de los fascismos y sus revisionismos. En Argentina, 1985, hay una escena en la que el fiscal Strassera conversa con un amigo en una sala de teatro sobre quiénes podrían conformar su equipo de investigación en este juicio contra los militares, y tras enunciar algunas alternativas se concluye que todo el entorno judicial está lleno de “fachos”. No se puede contar con estas personas, al menos no con todos esos viejos abogados. Una escena muy hilarante que no podría graficar mejor lo que corroe a las instituciones públicas en la actualidad. Un gran diálogo en el film, ya que solo nos queda reírnos ante el mundo rodeado de “fachos”, donde la esperanza podría estar en la juventud, al menos en la ficción del film.