Esta entrevista a Noam Chomsky fue publicada por la revista Truthout y ha sido traducida y resumida por Wayka.

-¿Sería más exacto decir que la crisis fronteriza entre Rusia y Ucrania se deriva en realidad de la intransigente posición de los Estados Unidos sobre la pertenencia de Ucrania a la OTAN?

Las tensiones en torno a Ucrania son extremadamente graves, con la concentración de fuerzas militares de Rusia en las fronteras de Ucrania. La postura rusa lleva siendo bastante explícita desde hace tiempo. El ministro de Asuntos Exteriores, Sergei Lavrov, la expuso claramente en su conferencia de prensa en las Naciones Unidas: «La cuestión principal estriba en nuestra clara postura sobre lo inadmisible de una mayor expansión de la OTAN hacia el Este y el despliegue de armas de ataque que podrían amenazar el territorio de la Federación Rusa». Lo mismo reiteró poco después Putin, como ya había dicho a menudo con anterioridad.

Hay una forma sencilla de abordar el despliegue de armas [de EEUU]: no desplegarlas. No hay justificación para hacerlo. Estados Unidos puede alegar que son defensivas, pero Rusia no lo ve así, y con razón.

La cuestión de una mayor expansión es más compleja. Se remonta a más de treinta años atrás, cuando la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas se estaba derrumbando. Hubo amplias negociaciones entre Rusia, los Estados Unidos y Alemania. La cuestión central era la unificación alemana. Se presentaron dos visiones. El líder soviético Mijail Gorbachov propuso un sistema de seguridad euroasiático desde Lisboa hasta Vladivostok sin bloques militares. Estados Unidos lo rechazó: la OTAN permanece, y el Pacto de Varsovia de Rusia desaparece.

Por razones obvias, la reunificación alemana dentro de una alianza militar hostil no es asunto menor para Rusia. Sin embargo, Gorbachov aceptó, con una contrapartida: nada de expansión al Este. El presidente George H. W. Bush y el secretario de Estado James Baker estuvieron de acuerdo. En palabras de ambos a Gorbachov: «No sólo para la Unión Soviética, sino también para otros países europeos, es importante tener garantías de que si los Estados Unidos mantienen su presencia en Alemania dentro del marco de la OTAN, ni una pulgada de la actual jurisdicción militar de la OTAN se extenderá en dirección al Este».

Nadie pensaba en nada más allá, al menos en público. En eso estaban de acuerdo todas las partes. Los líderes alemanes fueron aún más explícitos al respecto. Estaban encantados con el mero hecho de contar con el acuerdo ruso para la unificación, y lo último que querían eran nuevos problemas.

El presidente George H.W. Bush cumplió prácticamente con estos compromisos. Lo mismo hizo el presidente Bill Clinton al principio, hasta 1999, el 50 aniversario de la OTAN; con un ojo puesto en el voto polaco en las siguientes elecciones, según han especulado algunos. Admitió a Polonia, Hungría y la República Checa en la OTAN.

El presidente George W. Bush -el adorable abuelo bobalicón al que celebraba la prensa en el vigésimo aniversario de su invasión de Afganistán- eliminó todas las restricciones, incorporó a los estados bálticos y a otros. En 2008, invitó a Ucrania a entrar en la OTAN, metiendo al oso el dedo en el ojo. Ucrania es el corazón geoestratégico de Rusia, aparte de las íntimas relaciones históricas y de una extensa población orientada a Rusia. Alemania y Francia vetaron la imprudente invitación de Bush, pero esta sigue todavía sobre la mesa. Ningún líder ruso la aceptaría; desde luego, Gorbachov, no, tal como dejó claro.

Como en el caso del despliegue de armas ofensivas en la frontera rusa, hay una respuesta directa. Ucrania puede tener el mismo estatus que Austria y dos países nórdicos durante toda la Guerra Fría: neutral, pero estrechamente vinculado a Occidente y bastante seguro, parte de la Unión Europea en la medida en que decidan serlo.

Los Estados Unidos rechazan obstinadamente este resultado, proclamando con altivez su apasionada dedicación a la soberanía de las naciones, que no puede infringirse: debe respetarse el derecho de Ucrania a entrar en la OTAN. Esta postura de principios puede ser alabada en los Estados Unidos, pero seguramente está provocando fuertes carcajadas en gran parte del mundo, incluido el Kremlin. El mundo no ignora nuestra inspiradora dedicación a la soberanía, principalmente en aquellos tres casos que enfurecieron especialmente a Rusia: Irak, Libia y Kosovo-Serbia.

No es necesario hablar de Irak: la agresión estadounidense enfureció a casi todo el mundo. Los ataques de la OTAN a Libia y Serbia, un bofetón ambos en la cara de Rusia durante su fuerte declive en los años 90, se revisten de honestos términos humanitarios en la propaganda norteamericana. Todo ello se disuelve rápidamente al ser objeto de examen, como se ha documentado ampliamente en otros lugares. Y no hace falta revisar el rico historial de veneración de los Estados Unidos por la soberanía de las naciones.

A veces se afirma que la pertenencia a la OTAN aumenta la seguridad de Polonia y otros países. Se puede argumentar con mucha más fuerza que la pertenencia a la OTAN amenaza su seguridad al acrecentar las tensiones. El historiador Richard Sakwa, especialista en Europa Oriental, observó que «la existencia de la OTAN se justificó por la necesidad de gestionar las amenazas provocadas por su ampliación», un juicio plausible.

Hay mucho más que decir acerca de Ucrania y de cómo afrontar la peligrosa y creciente crisis que allí se vive, pero quizás esto sea suficiente para sugerir que no hay necesidad de inflamar la situación y pasar a lo que bien podría convertirse en una guerra catastrófica.

Hay, de hecho, una cualidad surrealista en el rechazo de los Estados Unidos a la neutralidad al estilo austriaco para Ucrania. Los responsables políticos de los Estados Unidos saben perfectamente que la admisión de Ucrania en la OTAN no es opción en un futuro previsible. Podemos, por supuesto, dejar de lado las ridículas posturas sobre la santidad de la soberanía. Así que, en aras de un principio en el que no creen ni por un momento, y en pos de un objetivo que saben inalcanzable, los Estados Unidos se arriesgan a lo que puede convertirse en una traumática catástrofe.

-¿Es difícil imaginar cuál habría sido la respuesta de Washington en el hipotético caso de que México quisiera unirse a una alianza militar impulsada por Moscú?


Ningún país se atrevería a dar ese paso en lo que el Secretario de Guerra del expresidente Franklin Delano Roosevelt, Henry Stimson, llamó «nuestra pequeña región de por acá» [Latinoamérica], cuando condenaba todas las esferas de influencia (excepto la nuestra, que en realidad no se limita al hemisferio occidental). El [actual] Secretario de Estado, Antony Blinken, no es menos inflexible hoy en día al condenar la pretensión de Rusia de mantener una «esfera de influencia», concepto que rechazamos firmemente (con las mismas reservas).

Hubo, por supuesto, un caso famoso en el que un país de nuestra pequeña región estuvo a punto de establecer una alianza militar con Rusia, la crisis de los misiles de 1962. Las circunstancias, sin embargo, eran muy distintas a las de Ucrania. El presidente John F. Kennedy estaba intensificando su guerra terrorista contra Cuba hasta amenazar con una invasión; Ucrania, en cambio, afronta amenazas como resultado de su posible adhesión a una alianza militar hostil. La imprudente decisión del líder soviético Nikita Jruschev de dotar a Cuba de misiles fue también un esfuerzo por rectificar ligeramente la enorme preponderancia de la fuerza militar estadounidense después de que JFK respondiera a la oferta de Jruschev de reducir mutuamente las armas ofensivas con la mayor acumulación militar de la historia en tiempos de paz.