Tuve la oportunidad de pasar las fiestas de fin de año entre Piura, Chiclayo y Cajamarca. No pude evitar constatar con tristeza que estas tres hermosas ciudades están siguiendo el mismo modelo de desarrollo de Lima, en particular en el sistema de transporte.

Llamar «sistema» a la forma en que se realiza el transporte en estas ciudades es una exageración. En verdad, no hay ningún sistema. La receta de los alcaldes y autoridades ha sido simple: «Resuélvanlo como puedan». El que tenga auto, que use auto; el que necesite chamba, que haga taxi; el que tenga mototaxi, que haga mototaxi. Es nuestro criollo y neoliberal: «Sálvese quien pueda» y la renuncia del Estado a regular, ordenar y planificar.

Los resultados son un tráfico desproporcionado para el número de habitantes de estas ciudades (miles de vehículos individuales ocupando el poco espacio de sus estrechas calles), una constante violencia vial (todos, estresados y molestos, quieren pasar primero) y, sobre todo, calles poco amigables y bastante peligrosas para los peatones y ciclistas. En Cajamarca, por ejemplo — donde escribo estas líneas — literalmente hay calles y avenidas por donde ni siquiera existen veredas. Hoy ví una persona llevando a otra en silla de ruedas, ¡por la pista!, porque no había vereda. Hace unos días pasé casi 10 minutos tratando de cruzar una avenida con mi hijo pequeño, sin ningún tipo de señalización, ante una avalancha de conductores incapaces de dar el pase a los peatones.

El crecimiento de estas ciudades está copiando el mal desarrollo de Lima, siguiendo exactamente sus mismos patrones. La ley del carro más grande, del conductor que pise más el acelerador. La prioridad absoluta del que tiene carro, mientras que los simples peatones podemos irnos al diablo. Y la renuncia total por parte del Estado de hacerse responsable de uno de los servicios más básicos que requieren los ciudadanos: un transporte digno.

Existe, sin embargo, una gran diferencia: para Lima ya es carísimo transformar su «sistema» de transporte. Los pequeños intentos que se están haciendo (el Metro, el Metropolitano y los cinco corredores complemetarios) apenas le hacen cosquillas al monstruo del tráfico limeño. Estos tres sistemas están colapsados, son insuficientes para satisfacer la demanda y afrontan una competencia difícil de regular por parte de colectiveros, combis, uber y demás.

Así, la buena noticia es que las ciudades de tamaño intermedio aún están a tiempo de evitar esta situación. Pero para ello necesitan corregir los patrones que están siguiendo: invertir en sistemas de transporte público masivo de calidad, desincentivar el uso de vehículos particulares, regular e integrar creativamente los servicios complementarios, como los taxis y las mototaxis, y brindar infraestructura segura para promover el transporte no motorizado, ya sea peatonal, ciclista u otros medios de micromovilidad.

Es positivo el ejemplo de Arequipa, ciudad que viene implementando un plan para un sistema integrado de transporte, no sin dificultades. Sin embargo, son muchas las ciudades intermedias que están experimentando un crecimiento acelerado en la última década y media: Trujillo, Cusco, Ica, Huancayo, Cajamarca, Piura, Chiclayo, Puno. Así como estas ciudades, otras más necesitan y pueden implementar sistemas de transporte humanos, eficientes y amigables con peatones, niños y personas con discapacidad, además de ser limpios y no contaminantes. No cometan el error de Lima.