Como su antecesora, Django, sangre de mi sangre, retoma la fórmula ganadora: el mundo del hampa limeña sazonado con cuotas de erotismo, apuntando a complacer sobre todo a un público masculino que aún busca un cine peruano de “lisuras y calatas”. Es más, la marca de “la chica dinamita” es su demanda y es a partir de esta figura que se va construyendo todo un universo de mujeres que se lucen al lado de hombres fuertes, que las liberan o las condenan.

En esta vía, la nueva película del cineasta peruano Aldo Salvini está más cerca de la estética del exploitation, que de un policial o film de acción de género, si pensamos en las fórmulas actuales de las modas hollywoodenses. El exploitation es un tipo de cine, usualmente de bajo presupuesto, que tuvo apogeo en los años setentas y ochentas, que requiere dosis de sexo, desnudos femeninos, lucha por drogas, violencia y crimen para llamar la atención del espectador. Antes que un fin artístico, su meta es lograr un éxito de taquilla a punta de esta cuota de sensualidad y violencia, en muchos casos gratuita. Un ejemplo contemporáneo de film exploitation lo encontramos en Machete de Robert Rodríguez y Ethan Maniquis, que retoma a modo de homenaje precisamente los elementos de este tipo de cine pero para realizar una parodia.

Pero Django, sangre de mi sangre, no es una parodia, al contrario, busca ser un relato real de acción sobre el entorno actual del sicariato y los bajos fondos, con cuotas de drama familiar de filiación y redención, con Biblia y cristos incluidos.

Django, sangre de mi sangre plantea una sensibilidad muy cercana a las motivaciones del exploitation, basado en elementos polémicos o lascivos, que buscan sacarle el jugo, más allá de una intención artística, al sensacionalismo, el morbo y al entretenimiento puro. Si bien Django, sangre de mi sangre no es de un film de bajo presupuesto en sí como la mayoría de los trabajos del exploitation (hay un trabajo de producción que sigue pautas del estándar), hay una apuesta por recuperar ingredientes para la puesta en marcha de este mundo moral simple y primario, también expuesto en Django la otra cara (2002) de Ricardo Velásquez: hombres recios del entorno lúmpen, traseros y tetas gratuitos y un imaginario dicotómico de buenos y malos. Pero hacer un cine exploitation en Perú no es un asunto problemático, ni debería ser un defecto o una tara. Más bien, el problema está en cómo se inserta esta veta del cine ante el universo trabajado anteriormente por Salvini: atmósferas surreales, humor negro, personajes teatrales en un mundo enrarecido patente en sus cortometrajes o en su largo Bala Perdida. De hecho que hay una distancia grande.

La filiación nacional más directa de Django, sangre de mi sangre estaría en el film de los hermanos Flores, Al filo de la ley, que buscó revitalizar algunos códigos de películas de bajo presupuesto ochenteros de narcotraficantes o maleantes y exconvictos en tramas de guiones plenos de nonsenses. Sin embargo en Al filo de la ley, la pésima dirección, las malas actuaciones, el guion trillado, los efectos especiales deplorables y los diálogos intragables hacen de ella una experiencia sublime en su humor involuntario que roza lo trash o “bizarro” mientras que en Django, sangre de mi sangre, (que también luce momentos trillados y diálogos inverosímiles) hay una intención de sacar al cine de la fórmula plana de exploitation en la que se regodea para hacerlo pasar por un cine de acción tal y como lo demanda el género (hasta se ha hablado de Carlito’s way de Brian de Palma, lo cual es una exageración): hay calatas y villanos de caricatura pero mejor filmados, lo que ha hecho que algunos críticos vean  esta cuota de “cine de autor” en una empresa comercial que apunta a cumplir un fin específico en las taquillas desde los tópicos simples que menciono.

Considero que Django ganaría más como parodia de estos motivos del subgénero o la serie B, pero esto no aparece en la intención del cineasta ni de la producción, ya que es claro el objetivo por hacer un cine de acción serio, trepidante, de luchas y traiciones, un cine de género con todas sus letras, siguiendo tópicos del policial.

Este nuevo “choloexploitation” está marcado por las jergas, la salsa para los “faites” más su música de thriller en los momentos de drama, y la inclusión de la actualidad del sicariato, pero también de un sistema donde las mujeres aparecen para adornar en las escenas de protagonismo masculino (como aquella escena donde el personaje de Aldo Miyashiro hace que la anciana doméstica le lustre los zapatos manchados con sangre). Como en este tipo de cine, las mujeres existen en la medida en que pueden desnudar sus cuerpos y volverlos atractivos ante el espectador, pero siempre en función de estos universos masculinos.

Por otro lado, si ubicamos a Django, sangre de mi sangre dentro de la serie de largometrajes y cortometrajes de Aldo Salvini es evidente el tropiezo, la disfuncionalidad. Las armas del exploitation podrían haber engendrado una veta más de los personajes que llenan su filmografía desde una perspectiva plena de humor negro, desborde y toque surreal, pero más bien encontramos caricaturas de villanos y de reos, esbozos de maleantes y sicarios ralentizados. Hay un sacrificio por la calata gratis, la resolución trillada (como ese montaje paralelo de sexo doble en la cárcel mientras la “chica dinamita” se baja a dos traidores de la nada), y el mensaje de amor y paz bendecido por Cristo y la biblia, que hacen de Django, un film por momentos para la risa, y por otro, para echar de menos la marca Salvini.

Puntuación: 2