Yuli no solo no es un film de ciencia ficción, como fue promocionado en las últimas semanas, sino que tampoco es una obra que maneje con decoro técnicas cinematográficas mínimas ni sentido de la dirección misma. En un país donde sketches o viñetas televisivas se venden como comedias, donde los dramas trágicos se tornan burlas involuntarias o donde videoclips se venden como videoarte o experimental, no extraña que un film como Yuli también ofrezca gato por liebre (y no sabemos si de modo consciente, que es lo peor).

El arranque de Yuli es una cita atribuida a Buda (“En lo que piensas, te conviertes; lo que sientes, lo atraes; lo que imaginas, lo crees”), lo que podría ser anecdótico si es que no precediera a una escena de hipnotismo del profesor Max Euler, encarnada por Antonio Arrué, donde logra que un joven rompa un palo de madera de un manazo. De esta manera, Carrasco va introduciendo el tema del poder de la mente, pero no a partir de alguna base científica, sino desde algunos artilugios incoherentes y sinsentido. La ingenuidad con la que Carrasco desarrolla esta trama supuestamente de “ciencia ficción” va revelando el desconocimiento absoluto del género, atribuyéndole elementos insólitos que ni siquiera despiertan el humor involuntario.

La ciencia ficción en el cine (y la literatura, claro) se ha caracterizado por imaginar las posibilidades de la ciencia, como la física, la química, la cibernética, la génetica, incluso la psiquiatría (para mencionar algunas ramas científicas), a través de relatos de todo calibre sobre el futuro, el presente y el pasado que expliquen tiempos paralelos distintos a la realidad vivida o conocida. Por ello, las mejores narrativas de sci-fi han estado marcadas por soñar tanto sobre escenarios físicos (viajes interestelares, catástrofes no naturales, teletransportación, etc.) como en elucubraciones de la mente (Incepcion de Christopher Nolan, Matrix de los hermanos Wachowski,  Reanimator de Stuart Gordon, Días extraños de Kathryn Bigelow, para mencionar algunos ejemplos). Y también se trata de films donde una galería de extraterrestres, ciborgs, superhéroes, monstruos mutantes, androides, científicos dementes, inventores, heroínas salvadoras de la humanidad, tienen un lugar capital dentro de estas fábulas. ¿Hay algo de esto en Yuli? Parece que el cineasta se zurró en media historia del cine.

Christian Carrasco agradece al final de los créditos de su film a Dios y al universo. Más bien nosotros no podemos tener tal privilegio, sobre todo si nos atrevimos a dar ochenta minutos de nuestra vida a tamaña empresa. En una entrevista el cineasta señala que  “Yuli le da vuelta de tuerca a todo lo que se ha producido hasta ahora en el cine peruano”. Creemos que sí, pero no en el ámbito cinematográfico, sino en el entorno de la incredulidad y de llamar cine a cualquier producto visual.

Es inútil describir los errores de continuidad, las pésimas actuaciones, las rupturas de eje, el escaso sentido del encuadre o los pobres efectos especiales, entre otros. Si quiera en Utopía de Gino Tassara, el humor involuntario asoma cada tres minutos haciendo de la fatalidad de dirigir un pésimo film en un divertimento imperdible.

En todo caso, si queremos ver qué ha pasado con el cine de ciencia ficción en el país, podemos darle una mirada a El Forastero (2002) de Fico García, que si bien es un film muy flojo, denota un interés por llevar a la pantalla grande algunos motivos del género. También vale la pena ver la coproducción de Roger Corman, que dirigió Augusto Tamayo, Ultra Warrior (1990), un clásico de la serie Z. O Entonces Ruth (2013), de Fernando Montenegro, sobre un apocalipsis causado por alienígenas narrada con influjo trash y de serie B.