«En la cara no»: un retrato de la criollada limeña en la década del fujimorismo
Jesús Cossio comenta el cómic peruano «En la cara no», creado por Oscar Malca (guion) y Mario Molina (dibujos), y publicado por Reservoirs Books (2021). #WaykaOpiniones
Jesús Cossio
Tras unos años de estar en proceso de realización se publicó el año pasado este cómic en formato libro (272 páginas), con una historia de realismo sucio que tiene puntos de intersección con algunas situaciones de la década fujimorista. Hay que saludar el indudable mérito de los autores (sobre todo del dibujante) al atreverse a afrontar una narración larga, algo inusual en el cómic local. El resultado no pierde fluidez y se siente cohesionado aún cuando haya tomado bastante tiempo su finalización.

Lo mejor son los aires costumbristas logrados tanto en el guion como en el dibujo. Un costumbrismo áspero, poco amable, y por ello fiel a la decadencia de la Lima de fines de siglo XX; decadencia heredera del “sálvense quien pueda” más inescrupuloso. Molina retrata bien las calles llenas de trastos, restos y personas rebuscándose el sustento mientras que los mejores diálogos de Malca son aquellos en que los personajes expresan su brutalidad acriollada y establecen sus “códigos” arribistas y calculadores. Quién ha crecido en una sociedad tan tóxicamente patriarcal y con un culto al vivo tan desaforado como la limeña, aprobará la veracidad de esos intercambios.

Ahora bien, encuentro problemas en el uso de figuras como Montesinos y el Grupo Colina. Me parece que algo les falta para el propósito aparente de la historia: mostrar no sólo como la pequeña podredumbre moral es una herramienta de la gran podredumbre moral (algo que logran los autores) sino como estos titiriteros (el asesor presidencial, los generales) eran síntomas de toda una cultura de la corruptela instalada en el país. Tal vez si las apariciones esporádicas de “el boga” (Montesinos) y su comparsa castrense tuvieran un correlato con otros personajillos de clase media y alta el efecto de declive generalizado en el que todos se usan (dog eat dog, dicen los gringos) hubiera sido mejor logrado. Asimismo, aunque los episodios de tensión y violencia funcionan como puntos de evolución (o involución) de los protagonistas, siento que no termina de resolverse la trama de corte policial — la intriga que se plantea sobre el acecho al grupo y la supuesta traición que se anuncia desde las primeras páginas.

Se agradece la impresión de Reservoir Books, que ha cuidado el trabajo en grises y el uso ocasional del color (bien aprovechado por Molina). Tal vez hubiera quedado mejor un papel mate pues el couché le presta una excesiva pulcritud a una historia sórdida. Las prosas poéticas al inicio de cada episodio se sienten innecesarias y reiterativas, así como la escena de sexo, que no trasmite la urgencia animal que entiendo han querido expresar. Y aunque soy fan de la banda Gang Of Four, que en una fiesta de criollitos pendencieros se pongan a tonear en mancha con una de sus canciones más ácidas me parece más un capricho del guionista que un acierto. Entiendo que sin caer en el cliché (nadie está pidiendo que citen por enésima vez “Juanito Alimaña” o “Calle Luna Calle Sol”) pudo hallarse un cierre más pertinente con la idiosincrasia achorada de los personajes.
