Hay una certeza tras ver la película Bohemian Rhapsody: una sale con ganas de ir a ver corriendo realmente el concierto benéfico Live Aid en el estadio Wembley, pero no con el espíritu de contrastar lo visto en el film dirigido por Bryan Singer y Dexter Fletcher, sino porque queda la sensación de que hay otras maneras de recuperar el poderoso influjo de Freddie Mercury.

Luego de ver Bohemian Rhapsody, hay ganas de ir más allá de la chirriante dentadura postiza de Rami Malek, que convierte a Mercury en una caricatura. Dan ganas de dejar de lado la media docena de pelucas que hacen lucir los setentas como una fiesta de cosplay, y dan ganas de sacar cuerpo de ese mundo de ambiente leather homosexual estereotipado y manido que parece fascinar más a los cineastas que al mismo Mercury.

En Bohemian Rhapsody, Freddie Mercury ha sufrido el tratamiento de un Forrest Gump: se le ha moldeado según el gusto de un espectador promedio, es decir un público que está a la espera de emociones surgidas de los sucesos de un personaje edificante, bajo un aura de buenas maneras y corrección política. Han modelado a Mercury desde la sensibilidad apta para todos, libre de sexo, de cuerpos en pasión, de lenguaje queer, de pulsiones propias de la rapsodia bohemia que motivó el desparpajo creativo de un frontman alucinado. Y esta sed de hacer un film amable se percibe en la elección misma del tono familiar del film, que si bien está dentro de los tópicos del clásico biopic, género que describe pasajes literales -afortunados o no- de la vida de algunos personajes famosos, es más bien la tragicomedia sobre una canción.

La canción que da título al film se vuelve la antítesis. Es decir, el alma de la ópera en el tema Bohemian Rhapsody, su sentido de teatralidad, su inspiración poética y lírica no aparece en la puesta en escena que sigue un curso lineal y abrupto o desordenado, y que contradice ese inicio entre flashbacks y bambalinas, que predice la gloria luego de una historia de ascenso y caída. Pero en el desarrollo del film, no hay eso, es más Mercury nunca sufre, nunca es objeto de una contradicción en el sistema o circuito musical. La tensión de la vida de Mercury parece estar concentrada en develar o no su homosexualidad, y por ello Singer/Fletcher dejan de lado el proceso de verlo convertirse en gran estrella, de cómo emergen los ritmos y letras de las canciones, y de cómo surge la creatividad, reducidos aquí a simples actos de magia gratuitos. Recordar sino aquella escena de negociación con el productor (Mike Myers) en que Mercury llega con un vinilo, con el nombre listo del disco y con todas las ideas de la canción Bohemian Rhapsody como si fuera un listado en una agenda.

Ejemplo material de los aspectos mecánicos de la película también aparecen en la representación del público masivo, limpio y correcto, en coreografía perfecta de manos y cabezas que tararea y llora las canciones de Queen, en ese final catártico que busca ser la cara B del clásico registro televisivo en el Wembley. ¿Por qué la elección de esta apariencia tan aséptica del público? Por un lado, tiene que ver con esta premisa de que Queen no era exactamente una banda fácil de catalogar, y la variedad de ritmos, apuestas y temáticas dejaba libre la posibilidad de llegar a un público muy amplio, no necesariamente rockeril, desde “amas de casa”, abuelos, intelectuales, obreros, yuppies, etc., por ello la pluralidad estereotipada de ese público asistente al concierto, muy al estilo Benetton, de todas las “razas” y colores. Y por otro lado, refleja la devoción multitudinaria de un público anónimo que se rinde no solo ante un vocalista privilegiado, sino ante una banda que pocos momentos antes de la escena del concierto ha mostrado solidaridad con su líder, quien ha confesado padecer sida (algo que no pasó en la vida real), tras su regreso al seno del grupo. Así, el concierto no solo se vuelve la reconciliación de Freddie solista con el Freddie de Queen, sino la conciencia del urgente apoyo a causas nobles y solidarias (por ello la cita en texto al final de que se creó una fundación de ayuda a víctimas del VIH que lleva el nombre del cantante). Así, todos quedan satisfechos, como espectadores, en su relación sublime con el personaje, y como fans, siguiendo y comprando las canciones de Queen.