En esta columna me quiero referir al silencio sobre la violencia que existe al interior de los medios de comunicación y, por supuesto, en la práctica del periodismo. Hace unos días asistí al Festival Zarelia: periodismo, medios digitales, género y feminismos, en Quito, Ecuador. Como nunca antes, más de 500 periodistas, en su mayoría mujeres, acudieron al encuentro en el que varios paneles trataron el tema de la violencia de género y no solo de cómo hacer la cobertura sino también de contar las experiencias que vivimos y buscar soluciones.

Una de las grandes barreras con las que muchas mujeres periodistas se encuentran es el acoso. Experiencias de acoso con entrevistados, pero también con compañeros de trabajo, que entrarían en la categoría de los ‘falsos aliados’. Si el periodismo busca la justicia social, desterrar mitos y desigualdades; no se puede seguir permitiendo compartir esos espacios con violentadores. Lo digo también porque en las últimas semanas, varias han sido las denuncias de acoso y violación que han surgido sobre periodistas en el Perú.

Las desigualdades en el medio periodístico son visibles y variadas. Las mujeres casi siempre están destinadas a páginas de espectáculos, a notas de sociedad y aquellas que participan en las secciones políticas muchas veces cumplen un rol de redacción, pero cuesta mucho llegar a ser jefa de informaciones, editora o directora.

En mi experiencia de más de 20 años no solo he tenido que enfrentarme al acoso, a la discriminación, a la lucha diaria de incorporar el enfoque de género y los sesgos y menosprecios por ser feminista. Aún, así, he podido llegar a ser editora general de un periódico en el que alguna vez se me ‘acusó’ de ser feminista porque estuve en contra de publicar un columna llena de insultos a mujeres por parte de un columnista. También he vivido el acoso sexual y a sentirme desprotegida al punto de no contarlo a mis jefes/as.

En el encuentro periodístico se contó algunas experiencias: entrevistados que te agarran la pierna cuando hablan, otros que te hablan al oído para alabar tu trabajo e ‘invitarte un café’ (ya saben lo que eso significa), directores de medios que te cogen el brazo y te llevan a otra oficina para darte un sermón cuando diste una idea genial o te pusiste en contra de una nota que ellos querían hacer, miradas y bromas cuando pides que te paguen igual que a tu compañero en el mismo rango y sección, colegas que te dan la bienvenida con sonrisas y al minuto te están proponiendo sexo, colegas que te plantan un beso o te abrazan o te rozan todo el tiempo o cada vez que se acercan al escritorio o aquellos que se acercan mucho cada vez que te hablan (no lo hacen con otro compañero). Jefes que te invitan a tomar una cerveza y luego quieren ir a tu casa o te llaman insistentemente, los que siempre hacen referencia al pene para cualquier comentario, y así muchas más.

Pero también aquellas periodistas mujeres que en puestos de editora y directora no se compran aún el pleito de luchar contra la violencia de género. Y no te apoyan cuando denuncias.

Es por eso que me atrevo a plantear desde esta columna, la necesidad de que nosotras periodistas también planteamos iniciativas de seguridad. Comencemos a hablar y a escribir sobre la violencia que nos ataca y nos rodea, empecemos a juntarnos entre nosotras, desde cada medio, y comencemos a elaborar protocolos de atención internos en caso de violencia de género. Y que estos sean cumplidos por todo el medio.

Un protocolo de pasos a seguir en casos de las diferentes violencias. Se puede empezar por el acoso. Y así queden las reglas claras para todos y todas. Muchas veces las periodistas callamos porque sentimos que la denuncia nos puede hacer perder la posición que tenemos y que tanto esfuerzo nos ha costado. Ser periodista es también tener un poder y no queremos que ese poder se vea mellado o que te digan que pareces débil. Pero es necesario dejar el silencio y denunciar, y permitir que la justicia haga su trabajo. No se puede escribir de libertades si no se es libre. El silencio es desigualdad, discriminación, violencia e impunidad. Rompamos ese esquema ahora.