Los últimos días de un paciente en una Unidad de Cuidados Intensivos para COVID-19
Por Álvaro Meneses
Faltaban cinco minutos para las cuatro de la tarde del viernes 3 de abril cuando un anciano de 73 años, al que llamaremos Alberto para esta crónica, sufrió un shock circulatorio acompañado de una falla renal y una disfunción multiorgánica que terminó con su vida en una Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), exclusivamente para pacientes de COVID-19, donde -hasta la fecha- la mayoría llega para morir. Hasta el cierre de esta historia, 230 personas han muerto por esta enfermedad en el país.
La semana pasada, en una entrevista para el medio digital Salud con Lupa, el doctor Jesús Valverde, presidente de la Sociedad Peruana de Medicina Intensiva, declaró que la tasa de mortalidad es muy alta en pacientes que llegan a entrar a una UCI para COVID-19, cuando el promedio de fallecidos en ese tipo de unidad –antes de la pandemia- no superaba el 15%. Para conocer las causas de este atípico resultado, Wayka recoge diversos testimonios de médicos y enfermeras intensivistas que están en la primera línea contra el coronavirus.

Llegar para morir
Por una sensación de falta de aire, tos con flema, dolor de garganta y fiebre de 6 días, Alberto fue hospitalizado en el área de Emergencias de un hospital de cercado de Lima el lunes 23 de marzo. Allí, el personal médico que lo examinaba notó que tenía antecedentes de hipertensión arterial, falla cardiaca crónica y un pequeño tubo llamado stent incrustado en el pecho para impedir que se le cierre una arteria del corazón.
Antes de que llegue el resultado de su prueba molecular que confirmaba que tenía COVID-19, Alberto fue sometido a una tomografía pulmonar, con la que se descartó que se trataba de neumonía intersticial, enfermedad que también ocasiona fallas respiratorias. Tres días después, el 26 de marzo, el personal médico detectó que la dificultad para respirar del anciano había evolucionado a un deterioro ventilatorio, situación en la que los pulmones ya no soportan la carga respiratoria, y ni bien el fallecimiento de otro paciente desocupó una camilla, Alberto pudo ingresar a una UCI COVID-19.
Es en esta parte de la historia donde se explica la causa de la alta mortalidad en una Unidad de Cuidados Intensivos de COVID-19. Antes de la pandemia, más del 75% de pacientes de una UCI se recuperaba, pero en una UCI para COVID-19 los médicos intensivistas de los hospitales aún no conocen de un caso en el que un paciente haya salido con vida. La mayoría, por no decir todos, mueren.

Un médico intensivista del Hospital Dos de Mayo, en donde apenas cuentan con 6 camillas en su UCI COVID-19, lo explica así: “El criterio de las Unidades de Cuidados Intensivos es brindar soporte a un paciente con chance de vivir. Y para esto se aplica un triaje que determina si el paciente tiene posibilidades de vivir. Por ejemplo, si a un joven lo atropellan y cuando lo evalúan se prevé que va a morir, por más que le pongan un respirador artificial ese paciente no entra a UCI. Eso explicaría el más de 70% de pacientes que sale recuperado de una UCI, pero acá para los pacientes de COVID-19 el criterio es opuesto, van entrando los más graves sin hacer triajes”.
Cifras dadas por el Gobierno sostienen que hasta la tarde de hoy se han registrado 10 mil 303 contagiados, de los cuales 914 se encuentran hospitalizados y 132 en una Unidad de Cuidados Intensivos y conectados a ventiladores mecánicos. El presidente Martín Vizcarra también comunicó que 2 mil 642 personas con la enfermedad fueron dadas de alta, pero según los médicos intensivistas entrevistados por Wayka, estos corresponderían a los atendidos en Emergencias o en clínicas, no a los que ingresaron a una UCI para COVID-19.
Protocolo post mortem
Cuando Alberto falleció dentro de una UCI para COVID-19, el personal médico fue en busca de los implementos necesarios para retirar el cuerpo de la camilla: guantes de látex, ropa descartable, mameluco (traje blanco de cuerpo entero), mandil descartable, gafas oculares, casco visor, respirador N95, botas, sabana descartable, lejía, bolsa de plástico descartable y otra impermeable color negra con cremallera. De no usar los implementos adecuados, el personal médico estaría a un paso de sumarse a los 183 casos de médicos contagiados que el Colegio Médico del Perú notificó hasta ayer.

Con todos los implementos puestos y otros a la mano, las enfermeras retiraron de la boca de Alberto el tubo endotraqueal que conecta al ventilador mecánico con su sistema respiratorio, y lo sumergieron en solución de hipoclorito de sodio (desinfectante) para luego ponerlo en una bolsa de plástico descartable, por ser el único objeto contaminante que tuvo contacto con los pulmones del paciente.
De inmediato, sellaron su boca con cinta quirúrgica, lo envolvieron en una sábana, le rociaron lejía encima, metieron su cuerpo en bolsa de plástico y luego en otra bolsa sanitaria hermética. Por encima de todo, se le aplicó nuevamente solución de hipoclorito. Mientras tanto, el médico llenaba el formulario de la papeleta de salida del cadáver que servirá para los trámites administrativos posteriores, como el certificado de defunción y otros documentos.
Antes de que trasladaran el cuerpo de Alberto a un crematorio, el protocolo permitió que dos de sus familiares directos accedan a verlo a dos metros de distancia. Cuando finalmente retiraron el cadáver, se cambiaron las sábanas y se desinfectó el resto de equipos mientras los médicos intensivistas revisaban entre los pacientes de COVID-19 más graves para que ocupe el lugar que Alberto dejó.