Por Zintia Fernández

Arequipa, la Ciudad Blanca, se destaca por su imponente volcán Misti y sus encantadoras calles coloniales. Sin embargo, bajo esa belleza, una realidad oscura ha ido ganando notoriedad en los últimos años: la violencia de género que afecta a miles de mujeres en la región. Frente a esta problemática, un pequeño grupo de mujeres decidió transformar la indignación en acción y dar voz a quienes habían sido silenciadas.

Fue así como Patricia y Shirley, junto a otras tres activistas, dieron vida al movimiento Ni Una Menos en Arequipa.Patricia y Shirley no solo comparten una lucha, sino también historias de vida que las llevaron a combatir la violencia de género desde el corazón de esta ciudad. Patricia, con una mirada que refleja fuerza y nostalgia, narra cómo su propia experiencia con la discriminación y la violencia se convirtió en un motor para tender la mano a otras mujeres. Desde joven observó cómo las mujeres de su entorno enfrentaban maltratos normalizados, y como madre y profesional, entendió que la indiferencia solo perpetuaba el sufrimiento.

Shirley, por su parte, recuerda con orgullo a su padre, quien le inculcó el valor de enfrentar la injusticia sin miedo. Para ella, callar ante una agresión era algo inconcebible.En julio de 2016, mientras los medios informaban sobre una ola de feminicidios y casos de violencia, Lizeth, Nadia, Marion, Patricia y Shirley comenzaron a reunirse. Aunque inicialmente eran desconocidas entre sí, compartían una misma indignación: la falta de acción frente a una violencia que se hacía cada vez más visible. Inspiradas por el movimiento Ni Una Menos, nacido en Argentina en el 2015 y que luego sacudió ciudades como Lima y Ayacucho, decidieron dar el siguiente paso y unirse al esfuerzo global desde Arequipa.

La idea de convocar una marcha parecía ambiciosa, pero pronto se convirtió en realidad. A través de redes sociales, invitaron a personas de todas las edades y contextos a sumarse. La primera marcha superó todas las expectativas, llenando 20 cuadras con una multitud que coreaba consignas como “Ni una menos, vivas nos queremos” y “El silencio mata”. La Plaza de Armas de Arequipa se transformó en un símbolo de resistencia, albergando a mujeres y hombres y diversidades unidas en un mismo grito de justicia.Pero la lucha de Patricia, Shirley y las demás no se limitó a las marchas.

Siguieron los piquetes: pequeños grupos de activistas se plantaban frente a casas de agresores o de instituciones como el Poder Judicial, exigiendo respuestas. Shirley recuerda con emoción esas noches en las que, a pesar del miedo, acudían al cono norte tras recibir llamadas desesperadas de mujeres en peligro. “No podíamos dejarlas solas”, confiesa.Patricia y Shirley no solo lideraron manifestaciones, sino que también ofrecieron acompañamiento a víctimas y a sus familias.

Con empatía y un profundo sentido de humanidad, escuchaban casos, orientaban en procesos legales y ayudaban a enfrentar el duelo. “Nos presentamos como seres humanos, no como representantes de un grupo, porque eso genera cercanía”, explica Shirley, mientras muestra su celular lleno de contactos, incluidos periodistas locales que han apoyado en visibilizar estos casos.

El impacto de su trabajo fue tangible, aunque no siempre se tradujo en justicia. Entre los nombres que Patricia y Shirley no pueden olvidar están Ghelly, Deysi, Zenaida, Soledad, Sthefany y Brenda, todas víctimas cuya memoria guía su activismo. “Ghelly agonizó un mes en la unidad de quemados. Su ex pareja la atacó en 2017 porque no quiso retomar la relación. Lo más indignante fue que él estaba junto a su cama en el hospital”, cuenta Patricia, visiblemente conmovida.Hoy en día, la violencia de género sigue siendo un problema alarmante en Arequipa.

Según el Ministerio Público, este año se han registrado ocho feminicidios y 17 429 denuncias por violencia física, psicológica y sexual. La mayor PNP Karen Aguilar Escalante, de la comisaría de familia, estima que se reciben hasta diez denuncias diarias los fines de semana.En este contexto, Patricia y Shirley continúan siendo un pilar en la lucha. Aunque su activismo ha cambiado por problemas de salud y pérdidas personales, ambas ahora enfocan sus esfuerzos en casos de violencia sexual contra menores, un problema creciente en la región.

Según la Defensoría del Pueblo, en 2023 estos casos representaron el 34 % de las denuncias por violencia.El impacto de estas activistas es visible en cada marcha, en cada charla y en cada acción que inspira a nuevas generaciones. “Nuestra lucha no termina”, concluye Patricia, reafirmando el compromiso que hace ocho años las unió en una causa que transformó el rostro de Arequipa.