Esta es la historia de una vendedora de libros que cambió su forma de trabajo para que sus lectores y ella sobrevivan a la pandemia. #HistoriasParaReinventarse

Roxana Loarte / Fotos: Juan Zapata

Cada tarde Mabel se sienta entre sus libros mientras espera. Alguien se acerca, hace una mirada panorámica de todo el lugar y luego desaparece. Otros se quedan. Si el cliente permanece más de cinco minutos curioseando en su puesto librero, la compra es casi fija.

Mabel Cueva (41) es vendedora independiente de libros cerca a uno de los lugares contraculturales de Lima: Quilca. La calle donde aún sobreviven algunos restos de cultura popular y underground limeña. Tanto en Quilca como en sus calles aledañas, varios libreros resisten a la pandemia y al olvido del Estado.

Las restricciones para contener la propagación del virus obligaron a miles de personas a cerrar sus negocios. Ese también fue el caso de Mabel. Cuando el Gobierno anunció la autorización de delivery, ella tuvo una idea.

— Me dije, y ahora ¿cómo voy a enfrentarme a esa nueva realidad?, ¿cómo? La idea es no contagiarse, ser responsable, seguir trabajando, seguir manteniendo a tu familia. El proyecto de vender por internet lo tenía ya de alguna manera. Lo primero que hice fue llevar un curso de excel para tener mis libros en orden— cuenta.

La librería del centro lleva más de cuatro años y está ubicado entre las calles de Quilca y Camaná en Lima.

A los días, Mabel decidió que debía tener una bicicleta. Así podría movilizarse sin dificultad por la ciudad y entregar los libros a sus clientes. Hizo una venta de un diccionario de la Real Academia y con eso logró juntar algo de dinero para comprarse una.

—Empecé hacer mis publicaciones y la verdad que muchos clientes estaban a la espera de comprar libros. Los delivery estaban saturados. La gente de alguna manera quería leer… sentía la necesidad de ver un libro. Empecé a publicar y me empezaron a pedir—relata.

El lugar más lejano que ha recorrido en bicicleta para transportar sus libros es San Juan de Miraflores, distrito que está a hora y media del Cercado de Lima. Su rutina diaria empieza a las nueve de la mañana en Magdalena, donde vive, y desde allí pedalea hacia otros puntos de Lima. Regresa a casa por la tarde para almorzar con sus hijos y cerca de las tres está sentada en su pequeño puesto «La librería del Centro» en la cuadra 9 de Camaná, al lado del bar Queirolo.

— Yo transporto mi librería. Converso con los clientes. Te genera una confianza muy linda en verdad, yo estoy muy agradecida. O sea, mire en principio no es que voy y lo dejo, de pronto converso con las personas.

Mabel ha implementado todas las medidas de seguridad para realizar sus entregas.
Fanpage de La librería del Centro que administra Mabel.

Mabel lleva más de 20 años en el rubro de los libros. Es una librera que rememora a los típicos libreros de antaño. Los que te recomiendan nuevas ediciones, te cuentan las historias y te escuchan cuando no sabes lo que quieres (o sí). Las grandes editoriales comerciales no te ofrecen esa empatía. Para ella, no son solo clientes, también amigos.

Las entregas también alcanzan a otras regiones, aunque todavía es poco.

Desde los 7 años tiene una fascinación por los libros, esto la llevó a que a los 21 tenga su primera librería en el mismo lugar que ahora alquila. Antes estuvo en el Boulevard de la calle Quilca, pero Luis Castañeda, exalcalde de Lima, decidió desalojar a los libreros para convertir el espacio en una cochera privada. Algunos de ellos se trasladaron cerca a la Casa de la Literatura, pero las ventas nunca fueron iguales. Varios regresaron y Mabel también lo hizo.

El lugar donde trabaja es una casona vieja con varios puestos libreros y dos vendedores coleccionistas. No están organizados; solo se reúnen cuando lo necesitan. Los primeros meses de la pandemia, el dueño del local no les cobró el alquiler y luego les hizo descuentos. Un alivio para un gremio librero de tipo popular a los que se les excluye.

—Mucho se ha hablado de que somos informales, a mí la verdad me encantaría ser formal, pagar mi jubilación. A mí me encantaría que por esa parte el Estado intervenga.

Así como ella, otros libreros y libreras, vendedores de artilugios y coleccionistas de las calles de Quilca y Camaná trabajan del día a día. Varios adultos mayores tienen el interés de ofrecer sus ventas a través de internet. Mabel dice que quisiera aprender más y comprarse una laptop, porque la que usa la comparte con sus dos hijos menores de edad que llevan sus clases en línea.

Los vendedores de antigüedades señalan que la venta ha bajado con la pandemia.

Ninguna autoridad se ha acercado a los libreros populares de Lima. Ellos compiten con grandes tiendas o cadenas de libros que compran a las editoriales con más descuentos y beneficios que a los libreros independientes.

—Ese es un problema grande porque a nosotros nos mata. Yo le pido a la editorial que le vendió a Crisol a 60% o 70% menos, y a mí me da 35% de descuento. Imposible que yo pueda competir.

Pese a todo, Mabel ha podido reinventarse. Ella, así como vende libros que nos invitan a soñar, también tiene un sueño. Un espacio más amplio para organizar presentaciones, conversatorios o nuevas formas para promover la lectura. “Yo he pensado, señorita, que la gente no puede vivir sin proyectos, yo creo que eso es la vida”, dice Mabel y sonríe. La mascarilla que usa no esconde su sonrisa. Ni sus ánimos para progresar.

En Camaná y Quilca se ofrecen diversidad de libros y ejemplares con precios económicos.