Pese a denuncias sobre violencia obstétrica, ninguna institución ha sancionado a médicos, obstetras, ginecólogos o enfermeros involucrados ¿Cuáles son las razones detrás de tanta impunidad?
Claudia Risco
El día que Sara se convirtió en mamá, se convirtió también en víctima de violencia obstétrica. Tenía 35 años, era su primer parto y estaba sola en el hospital regional de Satipo. El obstetra -cuenta- rompió, con el objetivo de acelerar el parto, su bolsa amniótica, porción de la placenta que contiene al feto. Este procedimiento, no consentido por Sara, aumenta los riesgos de una infección neonatal y materna. Cuando intentó resistirse, el doctor y los enfermeros la amarraron a la cama y la anestesiaron.
Tras lo ocurrido, Sara volvió a casa y no pensó en denunciar. No había podido identificar en su momento que aquello se trataba de violencia obstétrica, una práctica que en Perú no ha sido aún tipificada como delito, pero que en México se paga con 3 a 6 años de prisión.
Un año después, Sara tuvo que revivir el trauma con su segundo embarazo. Ella sentía mucho temor de ir a un hospital. En el centro de salud Santa Rosa en Pueblo Libre contrajo una infección por la bacteria Klebsiella, que le atacó los pulmones y complicó su estado de salud a límites casi mortales.
“Terminé en la unidad de cuidados intensivos. Recuerdo que no podía respirar porque el enfermero me aplastaba la nariz. Escuchaba que se reían, que jugaban conmigo. Y yo les pedía que por favor me dieran algo para el dolor”, narra Sara. Estuvo casi un mes hospitalizada, padeciendo dolores que describe como «intensos» y «terribles». Entró en un cuadro depresivo tras no poder amamantar a su hijo.
“¿PARA ESO HAS QUERIDO ABRIR LAS PIERNAS?”
Fiorella tampoco denunció y se identificó como víctima de violencia obstétrica al año de dar a luz en el hospital Sabogal. Al igual que a Sara no le brindaron información, cuenta que la amarraron a la camilla, le rasuraron la vagina contra su voluntad, le gritaron que se calle cuando se retorcía de dolor y le pusieron inyecciones a la fuerza causándole moretones en el brazo.
“No denuncié porque quería olvidar. Llegué a casa y lloré. Tenía que cuidar a mi bebé y no tuve fuerzas para hacerlo”, sostiene Fiorella.
En el caso de Alexandra, la violencia estuvo presente desde que ingresó al hospital San Bartolomé. “Me decían que no puje, que aguante. Les decía que quería agua o ir al baño y no me daban una solución. Me gritaban que no camine. En un momento, una de ellas hasta me quiso jalar la sonda que tenía en la muñeca, quiso arrancarla”, manifiesta.
Alexandra llegó un domingo al centro médico y observó que había decenas de mujeres tiradas en sillas porque no disponían de camillas. Ella cruzó el pasillo tomándose la barriga. Recuerda mirar la escena de pie. «Las trataban mal», cuenta. «No les alcanzaban ni agua». En un momento dado, una de las enfermeras se acercó a una paciente que se lamentaba de dolor: «¿Para eso has querido abrir las piernas?», le increpó.
Los familiares de Alexandra no supieron de ella por cerca de dos días. Cuando su madre quiso poner la denuncia, lo único que recibió fue el libro de reclamaciones. Le dijeron que le iban a atender la queja, sin embargo, han transcurrido diez meses sin mayor novedad.
“Es que esas obstetras y médicos no tienen el gafete con el nombre para saber quién te ha tratado. Ni siquiera se presentan, no se sabe ni por el uniforme si son enfermeras u obstetras, todas visten de blanco, verde o azul. Vienen, te tocan, te abren y todo eso es muy chocante”, cuenta Alexandra.
Como pasó con Alexandra, Maryel tuvo problemas para identificar a su agresora.En una consulta, comenzó a grabar a la ginecóloga porque no la atendía. La doctora reaccionó pegándole un puñete en el brazo. Cuando pidió el nombre de la médico, el personal de salud le negó la información.
De igual manera, Ila Chirinos, de la organización Obstetras Feministas, enfrentó dificultades al denunciar que un ginecólogo le hizo un tacto vaginal con un espéculo pese a que ella sufre de fibromialgia, una condición que la hace más sensible al dolor. El doctor no le preguntó sobre sus antecedentes médicos aunque es su obligación. La respuesta de la Superintendencia Nacional de Salud (Susalud) y del hospital Hipólito Unanue fue culpar a Ila por no informar que sufría de esa afección.
“Ahí te das cuenta que todo es algo sistemático, ellos siempre van a proteger a su personal de salud. El sistema sanitario va a como dé lugar impedir justamente que esto salga a la luz, pero si tuviéramos un observatorio sería muy distinto porque no tendríamos que estar pasando por todo esto”, añade Ila, quien es obstetra de profesión.
Por acceso a la información al ministerio de Salud y Susalud, Wayka pudo ver que desde el 2019 hasta la fecha, Susalud registra 4 denuncias por violencia obstétrica, pero ninguna sanción para personal médico involucrado en estas acusaciones.
ASUNTO DE HOMBRES
La violencia obstétrica aparece en el proceso de medicalizar un evento natural fisiológico como es el parto. La investigación histórica ha demostrado que la obstetricia es una ciencia que fue primero exclusiva de los hombres. El primer instrumento que usa para ayudar a parir a la mujer es el fórceps que se asemeja a unas manos de metal. El famoso obstetra Mauriceau acostó a las mujeres a punto de parir para poder aplicar esa herramienta.
“La mujer puede parir parada, de rodillas, de cuclillas porque estás posiciones favorecen el alumbramiento, pero la acuestan. Acomodar a la mujer en contra de lo que dicta la naturaleza, eso ya es violencia. Obviamente cuando a la mujer la hospitalizas, la echas, la rasuras, le pones un suero, es como que la vas a operar, es algo que no es natural. Es un procedimiento. Cuando conviertes al parto natural en un parto institucionalizado con un protocolo, ahí es cuando se desencadena toda la gama de violencia obstétrica”, sostiene Raquel Hurtado, médico e investigadora.
En el libro Violencia Obstétrica y Ciencias Sociales se menciona que la atención del parto fue expropiada por la medicina moderna, eminentemente masculinizada, desde el siglo XIX, mediante un proceso en el que, en alianza con el Estado, consolidó su profesionalización y obtuvo el marco jurídico que le garantizó el monopolio legítimo de las prácticas curativas, entre las que incluyó al proceso perinatal.
Ello implicó el desplazamiento de las parteras y la deslegitimación de las formas tradicionales de parir. Y, al consolidar su dominación, la medicina moderna promovió entre los diversos agentes sociales la aceptación del modelo biomédico de atención del parto como el “más conveniente”, el más “avanzado”, como la expresión de la vanguardia de la civilización y la modernidad.
Sin embargo, el modelo médico contemporáneo de atención al parto ha sido denunciado como una práctica en sí misma violenta. La manera de parir, bajo la égida de la medicina institucional moderna es, con frecuencia, una experiencia violenta, de sometimiento, de expropiación de derechos y de abusos clínicos, tal como lo saben muchas mujeres de diversa condición desde hace muchos años.
En el Perú existe la primera Norma Técnica Para la Atención del Parto Vertical con Adecuación Intercultural aprobada por el Ministerio de Salud desde 2005. Sin embargo, Hurtado, quien fue una de las autoras de esta normativa, señala que al Estado poco le importa su implementación.
“Hay un conflicto de intereses porque para el obstetra o la obstetra, quienes van a atender el parto, es más fácil y rentable hacerlo rápido o ponerle un límite, si eso no funciona entonces la cesárea. Aparte que en la cesárea puedes cobrar en el mercado privado más de lo que cuesta un parto. Entonces, ahí otra vez es violento, es injusto, es deshumanizar la atención del parto”, sentencia.
Las escuelas de medicina también cumplen un rol en fomentar la violencia obstétrica, así lo considera Daniel Rojas, autor de Diario de un interno de Medicina. “Cuando uno ingresa a la facultad está el tema de que los profesores te dicen “que estás en la élite”, primero te generan una idea de que estás arriba y luego una idea de que estás abajo cuando te castigan y humillan. Esto se reproduce hacia los pacientes”, comenta Rojas.
EL TRAUMA DE PARIR
Cuando Sara recuerda la violencia con la que fue tratada, llora. Han pasado 8 años, pero narrar cada uno de los maltratos de los que fue víctima la regresan al hospital, al evento traumático. Las reacciones al trauma según la Asociación Estadounidense de Psicología incluyen emociones impredecibles, flashbacks, incluso síntomas físicos como dolores de cabeza o náuseas.
Para la psicóloga y directora de programas en PROMSEX, Rossina Guerrero, las secuelas psicológicas que causa la violencia obstétrica tienen que ver con dificultades para dormir e irritabilidad. “El impacto psicológico se muestra como un estrés agudo en el momento en que sucede. Las mujeres no tienen espacios para procesar ese tipo de violencia, entonces a lo largo del tiempo se reporta con frecuencia situaciones de depresión y también trastornos de estrés post traumático”.
“Ya sabemos que la depresión post parto ocurre en las mujeres, y no es atendida o visibilizada, si le sumamos la violencia obstétrica el daño es mayor y severo”, agrega Guerrero.
Rossina Guerrero, psicóloga y directora de Programas en Promsex
ESFUERZOS INSUFICIENTES
La definición de violencia obstétrica aparece hasta en dos documentos gubernamentales, el primero es el Plan Nacional contra la Violencia de Género 2016 y 2021, el segundo es la Norma Técnica de Salud para la Prevención y Eliminación de la Violencia de Género en los Establecimientos de Salud que brinden Servicios de Salud Sexual y Reproductiva, recién publicada en enero de este año. Escritos que la describen como los actos de violencia por parte del personal de salud con relación a los procesos reproductivos y que se expresa en un trato deshumanizador, abuso de medicalización y patologización de los procesos naturales, que impacta negativamente en la calidad de vida de las mujeres.
Ninguna de las dos normativas contempla sanciones específicas para el personal de salud que incurra en estas prácticas. Pero, la norma técnica dispone de indicaciones para un parto positivo. Hay recomendaciones como no usar la maniobra de Kristeller, informar sobre las distintas modalidades de parto e informar a la gestante sobre el tacto vaginal. Sin embargo, hace unos meses, Milagros Solís, egresada de la carrera de medicina, cuenta que durante sus prácticas en el hospital Santa Rosa fue testigo de violencia obstétrica.
La maniobra Kristeller consiste en hacer presión sobre el fondo uterino en el período expulsivo
Milagros relata que las obstetras hacen tactos vaginales innecesarios a las pacientes, pese a que saben que son muy dolorosos sobre todo en la labor de parto. “Muchas veces ni siquiera se le explicaba por qué se le estaba dando tantos tactos y solo se les realizaba También aplicaban la maniobra de Kristeller, que es peligrosa para el bebé y la mamá. Siempre se trata mal a las pacientes, no se respeta el dolor que están sintiendo, se les grita. Un par de veces he escuchado que les dicen “ahora sí estás llorando, pero antes cuando abrías las piernas no”.
Ila Chirinos de Obstetras Feministas asegura que la normativa vigente es un saludo a la bandera. “Siento que la norma es como “ah, nos estás pidiendo esto, ya toma”, como para calmarnos tipo “oye pero sí existe una norma, cómo que no existe”.
“No estoy satisfecha con esa norma. Todos los establecimientos de salud deberían tener capacitaciones constantes de visibilización de la violencia obstétrica, pero esto se torna difícil porque al personal le cuesta hablar de esa violencia porque se sienten atacados o atacadas. Dudo de verdad de que en este tiempo, o algo más próximo, se pueda sancionar porque ellos se basan en que ya tienen su código de ética o sus procesos propios de cada colegio”, indica.
Chirinos incide en la necesidad de un observatorio. “Queremos el observatorio para tener cifras, porque lamentablemente sin cifras no te creen. Nosotras mismas vamos a tener que hacer investigaciones y eso toma muchísimo tiempo. La responsabilidad tiene que ser del Estado, sus instituciones, el Ministerio de Salud, pero sigue recayendo en las personas que cuestionamos”.
Yuri Marcelo, abogada de la Defensoría del Pueblo, añade que durante el 2021 el Ministerio de la Mujer, Ministerio de Salud y sociedad civil realizaron una mesa de diálogo para discutir acerca de la violencia obstétrica, sin embargo, estos esfuerzos no continuaron en el 2022. Además, la especialista reconoce que no hay muchos estudios sobre el tema por parte del Estado, solo hay uno que elaboró la Defensoría recién en 2020.
“Es necesario contar con una norma específica que prevenga y sancione y erradique a la violencia obstétrica en los establecimientos de salud público y privados a nivel nacional. También es importante que se pueda recoger información sobre el número de denuncias que se hayan reportado dentro de los establecimientos. Estas cifras permiten evidenciar la problemática social que genera la violencia obstétrica. Se debe sensibilizar al personal de salud en relación al tema y explicar qué manifestaciones son consideradas como violencia obstétrica, así como también capacitarlos en los enfoques de género, de derechos humanos e interculturalidad”, acota Marcelo.
En el momento que se le pregunta a Raquel Hurtado si el Gobierno está haciendo lo suficiente para prevenir y sancionar esta violencia, la médica pide perdón antes de responder: “Le importamos un carajo las mujeres”, se frustra.