En estos días de pandemia, las cinematecas han cumplido un rol importante como espacios de difusión sobre los cines y sus memorias. Muchas veces se piensa a las cinematecas, cinetecas o filmotecas como entornos para la preservación, donde se restauran y guardan los films, como si fueran un arca de Noé a la espera del diluvio o cataclismo que justifica sus labores de conservación y cuidado de la memoria fílmica o audiovisual de los países. Sin embargo, en estos días se mostraron como entidades muy activas, vivas, para promover el diálogo, para aportar a la difusión y formación de públicos desde la virtualidad, y que pusieron a disposición de modo gratuito obras de todo tipo, hallazgos restaurados o clásicos de siempre para el disfrute. Es lo que pasó con la impecable actividad de la Cinemateca de Bogotá o la Cineteca de Chile.

También en días de pandemia llegaron noticias terribles como el despido masivo del personal de la Cinemateca Brasileira y el cambio de la política institucional que la sostenía, debido a prioridades en el actual gobierno de Jair Bolsonaro, quien con este desmantelamiento quería dejar en claro que podía hacer y deshacer la memoria de su país. Para algunos, los espacios de resguardo de memoria resultan peligrosos o simplemente, no les dan ningún valor. ¿Qué pasa en nuestro país?

En Perú, la situación es compleja, porque partimos desde ausencias. Se cumple una fecha más del Día Mundial del Patrimonio Audiovisual y no tenemos mucho que celebrar. Somos un país de la región, a diferencia de México, Chile, Bolivia, Ecuador, Colombia, Cuba, Venezuela, República Dominicana o Uruguay, que no tiene una cinemateca pública. Esto es evidencia de un desinterés estructural, ya que estamos hablando de un olvido de más de sesenta años, si pensamos en los tiempos en que se comenzó a proponer la urgencia de una ley de cine o medidas para la promoción del cine peruano. No hubo algún gobierno en los últimos veinte años que pensara al cine más allá de los concursos o de las subvenciones; nadie con aval político que pensara en un largo plazo, más allá de los estrenos o de premios Goya y Oscar.

A pesar que se discute desde hace muchos años una nueva ley de cine, nunca ha sido parte de la agenda gubernamental y del sector audiovisual mismo la creación de una cinemateca. Es recién en los últimos años con la revalorización del cine de archivo, del interés de las nuevas generaciones por el celuloide (el registro de películas en 8 mm, 16 mm u 35 mm), y de algunos miembros de la comunidad audiovisual, que se ha visibilizado esta urgencia. ¿Podemos pensar en una industria, en un cine con reconocimiento internacional sin al menos contar con un espacio propio para preservar, catalogar, promover o difundir el cine peruano? ¿Por qué la mirada cortoplacista viene ganando terreno años tras año? ¿Podrían los mismos cineastas ser abanderados de esta demanda?

En setiembre de 2018, Gabriela Perona, directora ejecutiva del Proyecto Bicentenario, dijo que «queremos un país con diálogo, sin corrupción, integración e igualdad de oportunidades. La agenda del Bicentenario contempla actividades de impacto, obras de infraestructura cultural, festivales, entre otros». Y entre esas actividades u obras de impacto prometidas estaba la creación de la Cinemateca Nacional en Cusco. Más de dos años después, este proyecto sigue durmiendo el sueño de los justos.

En el decreto de urgencia de Francesco Petrozzi se menciona en un artículo la creación de un archivo audiovisual, que han denominado «cinemateca peruana»; sin embargo, en el actual proyecto de reglamento del Ministerio de Cultura se omitió dar forma a este artículo de la ley. No se menciona nada sobre este nuevo archivo ni mucho menos a la “cinemateca peruana”. Ya casi ha pasado un año desde que se aprobó ese decreto de urgencia, y ya han pasado muchos días desde el 11 de setiembre, fecha en que la comunidad audiovisual envío aportes, entre ellos la exigencia de incluir acciones para la creación de una cinemateca peruana. Y nada.

La creación de la Cinemateca Nacional es una urgencia pendiente. Perú no puede seguir rezagado en Latinoamérica, al mostrar un desinterés vergonzoso. Necesitamos una apuesta por crearla, darle recursos, contar con una organización adecuada, con el apoyo político del Estado, la sociedad y los sectores ligados a la actividad audiovisual.

Lo peor de todo es que ante tanta inacción, el único actor político que se propuso ponerle la agenda a la comunidad audiovisual en este tema es el cuestionado congresista Daniel Urresti, quien en varias oportunidades ha mostrado ánimo censor contra el cine peruano. Que Urresti proponga la creación de una cinemateca, espacio de memoria, es síntoma de la debilidad política, de las contradicciones discursivas, pero, sobre todo, del desinterés del sector audiovisual, adormilado por los concursos de apoyo económico del Ministerio de Cultura y la mirada de muy corto plazo. Ya es tiempo de una cinemateca peruana.