En la película Yana-Wara, el mundo de las mujeres se construye desde la mirada de los hombres. Todo lo que rige al entorno femenino ha sido y es parte de un mandato patriarcal, donde también los hombres desposeídos e incomprendidos en desventaja pueden ser víctimas. En esta película, los cineastas Oscar Catacora, lamentablemente fallecido durante el rodaje de la película, y Tito Catacora plantean una historia sobre la reacción de un pueblo aimara ante una serie de actos de crimen, violencia y abuso. Es una historia situada en un Puno atemporal, puesto que esos hechos pudieron haber sucedido hace cincuenta años o hace una semana, en un país permisivo e inoperante contra la violencia a las mujeres. Si bien Yana-Wara es una historia sobre violencias, es, ante todo, una historia sobre los sentidos de justicia.

Yana-Wara (Perú, 2023) comienza con acciones del ente máximo de una comunidad aimara, dentro de la denominada “Justicia Comunal”, conformada por representantes de rondas campesinas y líderes de distritos, que se reúnen con el fin de resolver conflictos ante la ausencia e ineficacia de entidades y autoridades estatales. La junta detiene a don Evaristo (Cecilio Quispe), un anciano de 80 años, quien es culpado del asesinato de su nieta Yana-Wara (encarnada por la actriz Luz Diana Mamani), de 13 años. Durante la audiencia, el abuelo relata la trágica historia de la adolescente, quien, debido a las consecuencias de un abuso sexual, comienza a enfermar y a experimentar visiones aterradoras, donde la figura del Anchancho y del Supay, deidades siniestras, cobran una dimensión destructora.

Yana-Wara, dirigida por Tito Catacora y Oscar Catacora

Desde el inicio, la película nos propone dos acercamientos para adentrarnos en las formas de justicia en una comunidad aimara: primero, desde las convenciones sociales de un juicio y, segundo, desde el relato de un anciano que da cuenta de la tragedia que vivió su nieta, y desde el cual surgen diversas formas de justicia alternativa. Por ello, desde el primer minuto del film vemos el proceso del juicio, desde la captura del abuelo, su encarcelamiento y su juicio ante la comunidad, con el fin de aclarar el contexto del asesinato de la adolescente, cuyo nombre da título al film. Y luego, a partir del relato del anciano en el juicio, los cineastas abren una nueva línea narrativa, con su versión de los hechos, marcada por su propia subjetividad, y que busca reconstruir el dolor, violencia y desesperación de esta joven. Dentro del relato del anciano, se construye una manera de saldar el horror, que ampara la tragedia de la adolescente que sufre el acoso y abuso del docente de la escuela rural a la que va. Yana-wara, al ser abusada, es estigmatizada. Como pasa en el documental Mujer del soldado (Perú, 2020) de Patricia Wiesse, las mujeres que han sufrido violencia sexual son expulsadas de la comunidad, y se convierten en parias. Yana-Wara es amenazada con ser vista como “mujerzuela” por los hombres del pueblo si su tragedia sale a la luz. Ante ello, otros modos de justicia ante la violencia y sufrimiento asoman, ya sea desde decisiones de la misma Yana-Wara o de su abuelo, actos que luego son juzgados por la justicia comunal.

La película de los Catacora plantea no solo el proceso de deterioro físico de la protagonista como resultado del abuso sexual, sino que su subsistencia tras el acto de deshonra solo puede explicarse como una posesión del Supay o como un sacrificio al Anchancho, dios que suele ser imaginado desde una potencia masculina bestial. Yana-Wara no solo es víctima de abuso, sino de la violencia patriarcal que también se instala desde los imaginarios míticos, donde deidades masculinas castigan desde un plano espiritual a las mujeres “mancilladas”. La alusión al malparto en algún pasaje del film y la locura de la protagonista reflejada en su deseo de maternidad (la idea del no nacido, espíritu en limbo, que busca un descanso eterno) son consecuencias de esa maldad del mundo de los hombres, pero también de la maldad del mundo de los dioses.

Las elecciones formales más interesantes realizadas por los directores están precisamente en una puesta en escena basada en la fe en el relato del abuelo, en la verdad de su testimonio o en la confianza de su versión desde el desgarro y el dolor. Así, Yana-Wara se opone al efecto Rashomon, al recurso de Akira Kurosawa que permitía que tres personajes dieran su punto de vista sobre un mismo hecho. Aquí no hay espacio para tantas versiones; es un mundo demasiado cerrado en su propia dinámica de opresión. En Yana-Wara solo está el abuelo como único testigo: solo existe su visión de ese mundo atroz, del cual también es víctima. Y también la decisión de los cineastas de mostrar una arcadia desde planos muy cercanos que oprimen a los personajes, expande de modo notable la sensación de enclaustramiento. También hay un uso notable de planos detalles, que permiten en algunos pasajes un montaje de atracciones. Incluso hay una secuencia que alude a la violencia sexual de Kukuli (Perú, 1960), uno de los primeros films peruanos en quechua y que también asocia la opresión patriarcal a la raíz de un imaginario mítico.

Luz Diana Mamani, protagonista de Yana-Wara

Yana-Wara también tiene un gran trabajo sonoro a cargo de Diego Julca y Rosa María Oliart. Hay una densidad espacial que enfrenta la fuerza del entorno desde lluvias y truenos, pero también desde los indicios de la violencia fuera de campo visual. La ausencia de música incidental también contribuye a un tono lúgubre, solo centrado en las cadencias producto de la naturaleza o del ataque mítico. Y también es fundamental el desplazamiento espacial que se establece a lo largo de toda la película realizada en un tenso blanco y negro (fotografía a cargo de Fotografía: Julio Gonzales F., Tito Catacora y Oscar Catacora), puesto que el film parte con planos cerrados y luego culmina con panorámicas o planos generales que dan cuenta del cambio desde la dación de la justicia y la aplicación de sus sanciones máximas comunitarias. 

Si bien hay algunos problemas con la dirección de actores, sobre todo en las escenas del juicio comunal, y en el tratamiento efectista del no nacido que luce abyecta (que podría avalar un tipo de moralismo del sistema patriarcal), Yana-Wara es una obra sobresaliente dentro del panorama del cine peruano, por su complejidad  y por proponer una lectura del patriarcado no solo desde sus sistemas de violencia contra las mujeres, sino desde el mundo mítico que se construyó también desde sus cimientos como otra vía de opresión.