Todo lo que “no se puede hacer” para frenar la crisis climática global, está haciéndose
ahora mismo para frenar el contagio del COVID-19.
Las comparaciones son odiosas. Y cuando se habla de enfermedades, catástrofes y
muertes, la discusión de “qué es peor” puede terminar siendo muy parecida al popular
“nosotros matamos menos”. Pero las comparaciones sí pueden ser útiles para visibilizar prioridades. Podemos comparar las las medidas de los gobiernos frente al COVID-19. También la cobertura de los medios de comunicación, y las reacciones de las personas. Todo esto puede discutirse: si tal o cual medida es adecuada, si los medios abordan el tema de manera alarmista, o por qué la gente reacciona con el acaparamiento insensato de mascarillas, jabón o provisiones.
Lo que no se puede negar es que en todos estos niveles, el Coronavirus se está abordando como una amenaza real, grave, y que necesita acciones drásticas y urgentes.
Es positivo que este nuevo virus sea tratado como una amenaza real, y no quiero minimizar su importancia. Hay decenas de miles de personas afectadas en el mundo, ya hay miles de muertos, y es una enfermedad que pone en riesgo grave a las personas mayores. Por ello, es una buena noticia que se estén empezando a tomar medidas muy drásticas para detener el contagio exponencial.
Sin embargo, no puedo dejar de pensar en otras amenazas que no reciben la misma atención. Se ha comparado ya la alarma en torno al COVID-19 con otras enfermedades de gran prevalencia en el Perú, como la tuberculosis o el dengue. También se ha comparado la reacción del Gobierno con respecto a casos de contaminación grave por metales pesados, como los de Cerro de Pasco, Espinar, Bambamarca y tantos otros.
Con una mirada global, podemos preguntarnos por qué este virus ha sido visto como una amenaza que requería acciones drásticas, y por qué la emergencia climática global no es aún vista con el mismo nivel de urgencia.
El COVID-19 y la crisis climática tienen más de una cosa en común. Son amenazas globales, que pueden causar cientos de miles o millones de muertes si no se contienen a tiempo, y que requieren acciones muy drásticas. Sin embargo, durante años, la ciencia y los movimientos ambientalistas han estado reclamando medidas urgentes y drásticas para frenar la crisis climática y la respuesta de los gobiernos ha sido: “Pero cuidado, no seamos exagerados, no hay que poner en riesgo la economía”.
La crisis climática exige dejar de quemar petróleo, pero eso no se puede hacer por “la economía”. La crisis climá tica obliga a reducir nuestro consumismo irracional, pero eso no se puede hacer por “la economía”. La crisis climática exige repensar y reorganizar nuestros estilos de vida, reducir nuestro uso de energía para movilizarnos, consumir más productos locales y menos productos que provengan de largos viajes internacionales que utilizan demasiada energía…. Pero nada de eso se puede hacer por “la economía”.
Y un día llegó el COVID-19 y nos mostró que hay decisiones que sí se pueden tomar, aunque a “la economía” le cueste asumir. El impacto económico del virus será seguramente significativo. Sin embargo, cuando hay vidas en juego, “la economía” (entendida por lo general como las ganancias de las empresas o el crecimiento del PBI) puede pasar a un segundo lugar.
Con la crisis climática hay vidas en juego. Millones de personas morirán en los próximos 10, 15, 20 años si no logramos que el aumento de la temperatura global se mantenga debajo de 1.5 grados centígrados. Para lograrlo, tenemos que parar lo antes posible de quemar petróleo, realizar una transición brutal hacia energías sostenibles desde ya, y cambiar nuestros estilos de vida para producir y consumir menos. Y ¿saben qué? Todo eso se puede hacer, si los gobiernos, las empresas, los medios de comunicación y las personas entendemos que la urgencia y la gravedad de la crisis climática no es menor que la del Coronavirus.