A pesar del aviso inicial de que seremos testigos de una historia no oficial de la vida de Santa Rosa de Lima, en Rosa Mística, Augusto Tamayo nos arroja a un compendio de estampitas conocidas, y muy literales, de pasajes biográficos de este personaje histórico. Desde sus paseos por el huerto, la construcción de la ermita, las torturas corporales, y sus frases de “Por mí propósito” en su lecho de muerte, quedan como evidencia de un respeto por el relato original y tradicional, restándole afán a cualquier intento por elucubrar más de la cuenta (o investigar sobre episodios poco conocidos) en la vida de la santa más famosa de América. En este sentido, Rosa Mística solo ofrece un nuevo cuerpo al personaje, encarnado por Fiorella Pennano.

Cuando Tamayo lanza, al inicio, indicios de la repulsa de la femineidad de Rosa (vendaje en los senos, cortarse el pelo), el film adquiere esa dimensión corporal atozigante de la figura de la santa, pero fácilmente se desvanece ante la preponderancia verbal. En alguna escena del film, alguien le dice a Rosa que es un ser iracundo, febril, trascendental, sin embargo son pocos los momentos en los que el director plantea este reto a la protagonista, a quien vemos realmente construida a partir de lo que dicen de ella los otros personajes.

En Rosa Mística, el guion declamativo mata cualquier posibilidad de libertad en la puesta en escena. Todo lo que vemos son personajes hablando y explicando todos los huecos narrativos. Sabemos que Rosa es buena porque un personaje la llama así; sabemos que es gran lectora porque un cura le dice que es culta, a pesar que nunca la vemos investigar, filosofar o comentar un libro, y sabemos que hubo una gran tormenta destructora porque un monaguillo lo menciona. Para Tamayo, el diseño sonoro, es decir la posibilidad de crear atmósferas a partir de ruidos, no es recurso utilizado en toda la película. ¿Qué tan difícil es agregar sonidos de una tormenta en el momento indicado? Un ejemplo: En El proceso de Juana de Arco (1962), de Robert Bresson, la muchedumbre nunca aparece, pero el cineasta francés apela a un plano sonoro para dibujar toda la dimensión social que acompaña al juicio de la protagonista en un salón cerrado.

La historia de una santa adolescente, con potencial místico, se reduce al montaje episódico lleno de elipsis con incluso problemas de continuidad. Por un lado tenemos a una histérica Fiorella Pennano luciendo una cicatriz en el rostro, mientras que esta desaparece en secuencias posteriores, para luego reaparecer. Lo mismo pasa con el sentido del paso del tiempo, ya que tenemos la impresión de que todo pasa en un mes, cuando la barba de Miguel Iza pasa de ser negra a canosa en un dos por tres.

A diferencia de El Bien Esquivo (2001), el film de Tamayo ambientado también en la Colonia, en Rosa Mística los espacios exteriores apenas se usan como transiciones entre escenas, como en las telenovelas, u oprimen a los extras para dar sentido de movimiento en tomas de mercados y procesiones. Rosa Mística carece de la solvencia narrativa (causa-efecto) y de un uso adecuado de la música. Sino cabe recordar la secuencia de la persecución al esclavo y que Rosa cobija, dentro de un ritmo trepidante que rompe con el estilo musical del film, y la cadencia de las imágenes.

Punto aparte es la lectura feminista que se le quiere dar al personaje de la santa, solo por el hecho de renegar de su condición de hija, y por rechazar su pertenencia a una orden eclesiástica. En el film, todos los consentimientos a la santa se lo dan los curas y su padre, todos hombres. El aval viene del “patriarcado” imperante. Y la madre aparece como castradora, y deja en evidencia la poca solidaridad de Rosa con otras mujeres. Además, llamar la primera feminista a un personaje del siglo XVII es un despropósito y poco conocimiento del feminismo histórico.

Rosa Mística resulta una obra didáctica de la santa, dentro del lugar común de lo que se conoce de ella, y se percibe menor a El Bien Esquivo, el trabajo más resaltante del cineasta peruano hasta la actualidad.