Por: Ghiomara Rafaele

Viviana no recuerda el nombre del hospital al que llegó cuando los dolores de parto se hicieron insoportables, pero sí recuerda los gritos de las enfermeras y del médico que la atendieron “Si tienes tantos hijos, ¿cómo no vas a saber ponerte tu pañal? “mira, ¡ya manchaste las sábanas con sangre!”, “¿quién te manda a dormir con hombres?”, eran los gritos que recuerda aún adormecida por el dolor de las contracciones.

Viviana vive en la comunidad de Otec, a dos horas de Huaral. En partos anteriores no había recibido insultos ni gritos. Pero en el tercero sí. Había salido rumbo al hospital de Huaral para dar a luz a su hija, quería que fuera en la posta de su comunidad, mas este no estaba acondicionado para atender partos. En medio de las contracciones, el personal de salud le ordenó a Viviana a ponerse un pañal para evitar que manche las sábanas, sin embargo, el dolor le impidió hacerlo. Ella manchó con el rojo líquido acuoso aquel mantel blanco. Empezaron a gritarle. Viviana sintió cólera, pero no dijo nada. En su interior se repetía una y otra vez: “Ya no voy a volver a bajar al hospital, prefiero quedarme en casa. Ya no voy, así me muera. Me están tratado mal”. 

Los gritos y frases denigrantes ejercidas sobre Viviana forman parte de una violencia sin cifras, pero con testimonios: la obstétrica. Hace unos años carecía de reconocimiento y todavía la definición se encuentra en construcción por diversos organismos y autores. Una de esas entidades es la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH), que explica a la violencia obstétrica como “todas aquellas situaciones de tratamiento irrespetuoso, abusivo, negligente, o de denegación de tratamiento, durante el embarazo y la etapa previa, y durante el parto o posparto, en centros de salud públicos o privados”. En el mes de octubre, la Corte IDH emitió la Opinión Consultiva 29/22, en donde la reconoció como una forma de violencia de género y de violación a los derechos humanos.

Otec, un lugar donde aún se carece de un hospital

Otec es una comunidad campesina ubicada en el norte de Huaral. Para llegar a Otec, desde Lima, se necesita tomar un bus, un auto y salir con varias horas de anticipación. La carretera asfaltada hace el camino ligero a Huaral. Pero si quieres llegar a Otec, todo es diferente. Es necesario salir de Huaral a las 4:00 a.m. El camino es de tierra, con muchas curvas y gran parte del viaje solo ves cerros, cerros y más cerros. Sin una plaza, sin calles asfaltadas y una iglesia cayéndose a pedazos, así te recibe Otec. 

Las casas son brotes del mismo cerro. Van desde las faldas hasta las puntas de los dos únicos cerros. Aproximadamente 190 casas son de material noble, excepto dos. Sus techos son de calaminas y todas las puertas son de madera. Los colores prefieren estar en la ropa de las mujeres que en las casas. Todas visten con fustanes rosas, amarillos, morados, anaranjados. Lo más resaltante: el sombrero blanco de copa mediana, de ala ancha, adornado con tul, bañado de flores y cintas de colores llamativos

Los principales sustentos son la ganadería, agricultura y apicultura. Además, sus mujeres tienen historias que contar vinculados a episodios de violencia obstétrica que sufrieron en centros de salud de la localidad. Mas estas vulneraciones no solo se dan en lugares tan lejanos como Otec, de hecho, la violencia obstétrica es un fenómeno observado a nivel mundial. 

Comunidad de Otec, ubicado en Huaral, Lima. Foto: archivo personal

En el Perú aún no existen cifras, debido a su reciente reconocimiento. Pero ello no implica la inexistencia de víctimas mujeres. La violencia obstétrica existe. Debemos señalar que una de las principales dificultades para reconocer la violencia obstétrica es la normalización de este comportamiento, así lo señala la obstetra Ila Chirinos: “No es común que las mujeres intenten buscar una ruta de denuncia, debido a que esta conducta violenta está normalizada, lo que perpetúa el ejercicio de violencia sobre estos cuerpos”. Añade que el decirles: “abre tus piernas, en este momento no quieres abrirlas, pero antes si las abriste”, el practicarles la maniobra de Kristeller aplastando el vientre para que el feto nazca más rápido o el restringirles el alimento antes del parto, es parte de la violencia obstétrica.

La violencia obstétrica también puede presentarse durante la episiotomía, una incisión en los labios vaginales durante el parto cuya finalidad es evitar desgarros, cirugía requerida cuando la cabeza del feto es muy grande para atravesar el canal vaginal. 

También configura violencia cuando no se le informa a la paciente sobre el corte y se realiza sin su consentimiento; si no se le da opción de decidir la forma de iniciar su proceso de parto, si acuden personas ajenas al entorno de la mujer y no se le comunica a ella, si se lleva a cabo una cesárea cuando no es necesaria, si se le practica la sinfisiotomía al cortarle los huesos para ampliar la pelvis, si se le medicaliza excesivamente o si se le rasura el pubis o si se le hacen numerosos tactos vaginales. 

No solo está presente en el parto, también durante los controles médicos. Cuando el personal médico insulta o denigra a las mujeres que acuden por sus controles, de igual manera, configura una acción de violencia el trato brusco o descortés. También se puede ejercer durante el puerperio o postparto al no informar u obligarlas a consumir métodos anticonceptivos, al quitarle al recién nacido sin motivos o al tenerlas en condiciones inhumanas.

Viviana no es la única víctima. Griselida tiene 44 años. Su rostro se doró por el sol, tiene unos cabellos recogidos en un par de trenzas, adornados en cada lado con claveles recién recolectados y encima de ellos, el característico sombrero blanco adornado con más flores. Recuerda cuando tenía 26 años. Fue la segunda vez que dio a luz. La primera vez fue sin la presencia de una camilla, tampoco del suero, ni sábanas, ni un médico, ni enfermeras y menos de una obstetra. Solo acompañada de su madre y en el suelo. Pero la segunda experiencia le generó un rechazo a los controles prenatales debido a la obstetra enviada por el Servicio Rural y Urbano Marginal de Salud – Serums. De quien no recuerda el nombre. Pero hoy, 18 años después, sí sus acciones.  

Griselida, una de las mujeres que fue víctima de violencia obstétrica. Foto: archivo personal

“Me tiraba al suelo, en medio de la carretera, para mirar mi barriga. Yo le decía que me molestaba, que me daba vergüenza, que no quería. Ella no me hacía caso”

También le levantaba su falda sin su consentimiento, dejándola desnuda. Griselida ya no quería seguir asistiendo a sus controles prenatales porque no quería ser observada por los caminantes de la zona. “Mi esposo me preguntaba: por qué no vas a los controles. Yo le decía: ¿Cómo voy a estar en la carretera? Me hace alzar mi falda, ahí me calatea, con mi barriga al aire. ¿Cómo voy a estar así?”

Leyes y más leyes

A nivel nacional, el caso de Eulogia Guzmán permitió sentar los precedentes de la violencia obstétrica. Era el año 2003 y Eulogia, una mujer indígena quechuahablante, estaba a punto de dar a luz en la comunidad de Layme, Cusco. Elogia, por sus costumbres, prefería hacerlo en casa. A pesar de ello, el personal de salud la llevó al centro de salud Yanaoca con engaños. Le dijeron que, si ella no iba, no le entregarían la partida de nacimiento de su hijo. En Yanaoca no respetaron su decisión de dar un parto vertical. El personal de salud la abandonó por más de una hora. Ella no soportó el dolor y se bajó de la camilla en la que estaba. Empezó a dar a luz en cuclillas. Una obstetra, al verla, la obligó a subir y empezaron a forcejear. En ese momento, debido a la violencia su hijo cayó de cabeza, propiciándole un daño severo. La respuesta del personal médico fue trasladar al menor a Cuzco sin informarle. Doce años después, ese niño llamado Sergio, murió debido a las consecuencias de la caída. 

Tras su muerte, Eulogía decidió regresar al centro de salud con la finalidad de obtener la partida de defunción. En medio de los trámites la obligaron a firmar un documento en español con el objetivo de evitar un proceso judicial. En ese momento, el Centro de Promoción y Defensa de los Derechos Sexuales y Reproductivos (PROMSEX) intervino e interpuso una demanda en la Superintendencia Nacional de Salud (SUSALUD). Sin embargo, esta no prosperó, por lo que lo que recurrieron al Poder Judicial, denunciando al personal de salud por el delito de discriminación, en ausencia del delito de violencia obstétrica. Debido al intento de archivamiento, empezaron a apelar en diversas instancias. Ahora se encuentra en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Para Edith Arenaza, abogada y vocera de PROMSEX, existen varias carencias en torno a la violencia obstétrica. Una de ellas es la penalización: “es insuficiente el reconocimiento de la violencia obstétrica dentro del Reglamento de la Ley N°30364 porque carece de penalización, por lo que no se puede sancionar. Se suma la necesidad de contar en el sistema de justicia con un enfoque intercultural y de género para evaluar casos similares. Los enfoques van a permitir visibilizar otras vulnerabilidades involucradas en los procesos por los que atraviesan las mujeres víctimas de violencia”, añade. 

El objetivo es el mismo para la Defensoría del Pueblo, pero el camino es diferente. Consideran necesaria la modificación del término “violencia obstétrica”. Yuri Marcelo, vocera de la Defensoría, explica que una de las recomendaciones es “modificar y redefinir el término “violencia obstétrica” a Violencia basada en género en los servicios de salud sexual y reproductiva, no solo debido a la limitación que acarrea, sino también por la confusión generada en las pacientes y la posible estigmatización al personal médico”. 

La variación se encuentra en la Normativa Técnica N° 180-2021 que contribuye con la prevención y eliminación de la violencia de género en los establecimientos de salud sexual y reproductiva en el Perú. Fue aprobada por el Ministerio de Salud en enero del presente año 2022. Sin embargo, hasta el momento no existe un avance de la socialización e implementación de la norma. Por lo que Yuri Marcelo añade que “no debería ser meramente declarativa, sino que es urgente aterrizarla en la práctica. Por otro lado, permite visibilizar la violencia ejercida por el personal de salud durante el inicio de la sexualidad. Por ejemplo, cuando la ciudadanía se acerca a pedir información y quiere acceder a métodos anticonceptivos y en vez de brindarlos, se les cuestiona por ello”

Cuando era joven Mariela había salido de Otec para cumplir su sueño de estudiar en las aulas de derecho en Ucayali, pero la falta de documentos administrativos le impidió cumplirlo. Desesperada buscó diversas maneras de solucionar esas trabas. No fue suficiente. Tuvo que regresar a Otec, en donde conoció al que sería el padre de sus hijos. Mariela sabía que ser madre era difícil. Lo que no sabía era que su segundo parto le generaría traumas que, hasta el día de hoy, trata de superarlos. 

“El parto se estaba complicando y tuve que bajar a Huaral. Fue hace tres años. Nosotras no tenemos una buena atención en el hospital. Me pusieron una sonda para que dilate rápido. Pero no me lo pusieron bien y la vía se dobló, estaba obstruida. Me empezaron a gritar. Me decían que todo era mi culpa y querían obligarme a operarme (tener una cesárea). Me dijeron que mi hijo estaba a punto de morirse sino no actuaba”

Mariela, una mujer que quería ser abogada, pero la desigualdad en el Perú no le permitió cumplir su sueño. Foto: archivo personal

Mariela se negó rotundamente debido a sus costumbres. En su pueblo las mujeres no dan a luz por cesárea. Ellas lo hacen por partos normales. Sin embargo, los médicos no le hicieron caso hasta que apareció una obstetra y apoyó la decisión de Mariela. Al final Mariela sí dio a luz por parto natural y no fue necesaria la cesárea. La voz de Mariela fue invalidada y solo su pedido fue atendido cuando intervino otra persona. 

El Reglamento de la Ley N° 30364, aprobada por el Decreto Supremo N° 42019, incorporó el término de violencia obstétrica como una forma de violencia de género. Anteriormente no se encontraba explícitamente en las leyes peruanas y era tratada como violencia física o psicológica. Para Azucena Gutiérrez, abogada especialista en temas de género, la introducción del término “violencia obstétrica» no garantiza que se proteja los derechos de las gestantes porque no la penaliza. Gutiérrez considera que es necesario hacer una investigación a profundidad para saber si se puede introducir a la violencia obstétrica como un delito autónomo con la finalidad de delimitarla y esclarecerla. 

Por ello, desde el Bloque Magisterial del Legislativo, se busca penalizar la violencia obstétrica. A través del Proyecto de Ley N°3564/2022 presentado por la congresista Katy Ugarte, se intenta incorporar el artículo 121-C en el Código Penal, permitiendo la sanción de la violencia obstétrica. El trabajador de salud que incurra en acciones de violencia obstétrica será reprimido con una pena privativa de libertad no menor a cuatro ni mayor a seis años.

Esta acción generó la furia del Colegio de Médicos del Perú (CMP) quienes a través de un comunicado alegaron su postura: oposición. Entre sus argumentos consideran que “no se puede dar una Ley dirigida específicamente a sancionar a los médicos”. Suman a su declaración que existe un grosero error de concepto porque también se busca penalizar a trabajadores que no prestan atención obstétrica a la mujer embarazada. Además, piden esclarecer la persona encargada de determinar si se ha cometido violencia obstétrica. 

Contrario a lo expuesto por el CMP, el Instituto de Paternidad Responsable (INPPARES) si está a favor de la introducción de la violencia obstétrica en el Código Penal. Angie Castro, obstetra y vocera de INPPARES, explica que “es necesario penalizar [la violencia obstétrica] como cualquier tipo de violencia contra la mujer. Se debería reconocer y visibilizar este tipo de violencia, debido a que es una de las menos reconocidas porque no se menciona explícitamente sino se encuentra dentro del reglamento [Reglamento de la Ley N° 30364]”. 

Adelinda tenía 19 cuando dio a luz a su primer hijo. A pesar de que pasaron 17 años aún recuerda con dolor ese parto. “Cuando llegué, estaba adolorida [por las contracciones] y tenía que sacarme la ropa”. En el hospital de Huaral, no la entendieron. La empezaron a gritar. Adelinda relata su primer parto con una voz temblorosa y baja. Me gritó y me dijo: “sácate esa ropa, ¿acaso con esa ropa va a nacer el niño?”. Luego la empezaron a jalonear de los brazos, del torso, de todo el cuerpo. La despojaron de su vestimenta de forma agresiva, quedando no solo con el agobiante dolor por las contracciones, sino con miedo. Sin embargo, eso no fue todo. El parto se estaba retrasando. Adelinda no estaba dilatando. Por lo que el personal de salud le volvió a increpar. Querían apurar el parto y no les importó la opinión de la gestante. Otra vez le gritaron: “no avanza el parto, tienes que apurarte” e intentaron con la maniobra de Kristeller, aplastándole el vientre. 

Adelinda sigue trabajando en su chacra de Otec y recuerda los episodios de violencia obstétrica. Foto: archivo personal

La maniobra de Kristeller consiste en ejercer presión a la parte del fondo del útero para que el bebé salga más rápido. Puede generar desgarros o un efecto adverso en el feto. Según las obstetras Angie Castro e Ila Chirinos estas maniobras no deberían llevarse a cabo. No solo por los daños producidos en un futuro, sino también por el temor de las pacientes. Todo esto generó que Adelinda tuviera una reticencia para regresar al hospital. Tuvieron que pasar más de cinco partos para que regresara y solo regresó porque su hija estaba en riesgo. No quería volver por el miedo de volver a ser tratada agresivamente. No quería ser humillada nuevamente. 

¿El aprendizaje médico es más importante que el dolor o la incomodidad de la paciente con contracciones a punto de dar a luz? Por las vivencias de Ninfa, sí. Su primer parto fue hace diez años y el segundo, hace cuatro. En ambos momentos pasó algo que le desagradó. Ella cree que es normal. Ninfa piensa que es la labor del médico y ella como paciente no puede quejarse. Recuerda que en las rondas médicas siempre se acercaban el doctor principal con los alumnos. Ahí, en esa sala de parto, los estudiantes practicaban con su cuerpo para perfeccionar sus tactos vaginales. 

“No sé si eran practicantes o qué serían. Ellos me dijeron: señora, échate en la cama, tenemos que verte. Luego todos me empezaron a meter sus dedos, ni siquiera me preguntaron. Una como ya está en el hospital no puede decir nada, si tú dices algo se molestan”. 

A pesar de lo que pensaba y creía, Ninfa se quejó. Le dijo: “Doctor, ya no, pare. Me duele”. El doctor no le hizo caso, tampoco sus estudiantes. Y siguieron.

Clínicamente, las introducciones de los dedos dentro de la cavidad vaginal son conocidos como tactos vaginales. Sirven para analizar el avance de la dilatación en las pacientes. Sin embargo, según la Norma Técnica de Atención al Parto del Minsa 2018, se debe hacer como máximo cuatro tactos vaginales y es necesario informar a la gestante.

A Ninfa no le pidieron permiso y en ambos casos, recuerda que fueron cerca de cuatro estudiantes que se acercaban tres veces al día para introducir sus dedos sin su permiso. Ninfa relata que más de 30 veces le practicaron los tactos vaginales sin preguntarle anticipadamente y no pararon cuando ella lo pidió. “Los tactos solo son necesarios si son con justificación. Si el médico o la obstetra quiere saber cómo va la acción, puede hacer los tactos. Pero a veces se abusa de ella. Hacer más tactos vaginales de los ya estipulados puede producir una infección vaginal”, narra Angie Castro. 

Las recomendaciones para evitar la violencia obstétrica provienen de diversas aristas. INPPARES sugiere la capacitación y sensibilización al personal de salud con la finalidad de conocer y prevenir la violencia obstétrica. El Centro de Promoción y Defensa de los Derechos Sexuales y Reproductivos PROMSEX añade que es necesario la implementación desde el Estado de medidas de reparaciones integrales, así como protocolos de actuación con perspectiva de género e interculturales para el personal de salud y operadores de justicia. Otro sector cree que es necesaria la penalización y hay quienes creen que ello no será suficiente. Lo más importante es la acción, la sociabilización de la información de las Normas Técnicas, la publicación de las cifras de las víctimas o de la norma vigente que aún es insuficiente. Todo esto con el fin de no repetir situaciones iguales al de Viviana, Ninfa, Eulogia, Griselida, Mariela, Adelinda y que mujeres como ellas accedan a partos dignos para que el dar a luz no sea recordado como un evento traumático sino con la alegría de haber traído a la vida a un ser humano. Una experiencia así no debería ir acompañada de miedo, gritos o insultos y quienes tienen a cargo esta responsabilidad debieran cuidarnos, no agredirnos.