Caminar 10 minutos en la Lima de 30° de calor, con humedad de 69% a más, es una sensación abrumadora. Esperar el micro en una esquina donde el sol cae sin censura es una tortura. Conducir entre la selva de cemento, una cámara de vapor. Sentir calor, sed y adormecimiento podría ser más llevadero en esta ciudad si hubieran más árboles.
Si ya nos hemos dado cuenta que el agua es escaza, por lo menos deberíamos intentar paliar el calor con lo que la naturaleza nos brinda. Sin embargo, en esta ciudad en la que desde el gobierno y los empresarios han insertado el chip de que el cemento es progreso, hoy enfrentados al cambio climático, tenemos todas las de perder.
Los grandes edificios en los que ciudadanos y ciudadanas y sus familias viven hacinados en departamentos de 40 a 70 metros, que ahora nos quitan aire y cielo, y nos dejan entrampados entre murallas de cemento, también han recortado áreas verdes. El boom inmobiliario devora árboles y los municipios, lejos de reemplazar esos árboles, se suman a la barbarie reemplazando jardines por estacionamientos.
Para el gobierno, que no promueve áreas verdes, y para los municipios, la prioridad no son los seres vivos. La prioridad es el terreno que destinan a negocios inmobiliarios, la prioridad es para los autos, para los comercios, para la comodidad del foráneo, nunca del ciudadano. Licencias en tiempo récord, claro, porque les conviene mucho más la ganancia de los arbitrios e impuestos prediales. Donde había una casa con un contribuyente ahora hay un edificio o condominio que multiplica sus ganancias.
En la ‘Gestión Castañeda’, por ejemplo, varias de sus obras cercenaron espacios de áreas verdes. Solo basta caminar por el Cercado de Lima para ver cómo barrios antiguos de extensos jardines han desaparecido para dar paso a enormes condominios. Los árboles han sido talados o se han caído al remover la tierra para generar un tercer carril. Ante quejas de vecinos, algunos árboles frondosos fueron reemplazados por árboles enanos. Un ejemplo visible es la Alameda de 28 de julio. Pasar por ahí es una batalla contra el calor. Una alameda sin árboles, las palmeras que se colocaron más como adorno que por criterio, lucen secas al igual que los jardines. ¿Quién osaría sentarse en una de las bancas si no hay un techo ni árbol que lo ampare?
Un recorrido por la plaza Bolognesi, la plaza Dos de Mayo, la plaza San Martín y las calles aledañas del centro de Lima, una vuelta por óvalo de Santa Anita, cruzar corriendo por el óvalo de Independencia, mientras miramos la basura y resequedad de los espacios bajo los puentes, nos reflejan aún más esa necesidad de reforestar la ciudad. Es urgente y necesario ante los efectos que ya vemos del cambio climático.
Un estudio de The Nature Conservancy y el Grupo de liderazgo climático C40, en el 2016, delineaba complicaciones en las ciudades urbanas como Lima. Señalaba: “Otro problema urgente que enfrentan las ciudades es que el aire sencillamente es tan caliente en verano que afecta la salud humana”.
El informe precisa que las olas de calor ya se han convertido en un desastre climático que causa la mayor mortalidad a nivel mundial. Se calcula que matan un promedio de 12.000 personas por año y tornan la existencia desagradable para millones. Se prevé que el cambio climático agrave la amenaza de las olas de calor en zonas urbanas, ya que el aumento de los gases de efecto invernadero retiene una mayor cantidad de la energía solar, lo que incrementa la frecuencia y la severidad de las olas de calor.
Un informe de la Organización Mundial de la Salud pronostica que para 2050, “los casos de muertes provocados por olas de calor podrían alcanzar la cifra anual de 260.000 personas, a menos que las ciudades se adapten a la amenaza”. Si antes no lo escuchó, ahora escuche bien, así como hay ola de frío que mata a gente en las zonas altoandinas, también hay olas de calor.
¿Qué dicen los informes sobre los árboles? Lo siguiente: “Los árboles y otras clases de vegetación, ya sea que estén plantados a lo largo de una calle o que crezcan en un parque o en un jardín residencial, proporcionan muchos beneficios para las personas, entre los que se incluyen la belleza estética, el aumento de los valores de las propiedades, la prevención de la erosión, el manejo de las aguas pluviales y la reducción del ruido. Asimismo, los árboles capturan carbono, lo que ayuda a mitigar los efectos del cambio climático. Además, los parques proporcionan espacio para la recreación de los urbanistas, lo que conlleva beneficios reales para la salud física y mental.
Al parecer, los árboles también pueden desempeñar un rol importante para que nuestro aire sea más saludable. Docenas de estudios actuales muestran que las hojas de los árboles filtran y eliminan la materia proveniente de la atmósfera, junto con muchos otros contaminantes del aire. Asimismo, numerosos estudios científicos demuestran que la sombra producida por los árboles y el agua que transpiran durante la fotosíntesis pueden ayudar a reducir la temperatura del aire, al mismo tiempo que disminuyen el consumo de electricidad para los sistemas de enfriamiento residenciales”.
Los árboles, sin duda, son impopulares. El medio ambiente no es popular para quienes concentran su riqueza en los negocios de construcción y hacinamiento. Como ciudadanos nos han insertado la idea de que no son necesarios, ocupan espacio, traen bichos, basura; todo para no exigir ni reclamar. Pero la naturaleza no sabe de elecciones ni negocios. O cambiamos esa actitud indiferente o sufriremos aún más las consecuencias del cambio climático. Advertidos estamos.